Editorial del 17 de enero de 2012

Dentro de una hora, a las 5 de la tarde, se escuchará por primera vez en el día de hoy la voz de Baltasar Garzón en el imponente salón de plenos del Tribunal Supremo. Pase lo que pase la carrera del juez español más internacional –hasta 15 países han enviado corresponsal a cubrir el juicio- está destruida. Según la sentencia, Garzón puede ser inhabilitado de por vida, sin tener siquiera derecho a recurrir.

Expertos judiciales, nada sospechosos de hostilidad manifiesta a Baltasar Garzón, han hablado repetidamente de sus excesos y posibles irregularidades, pero ponen énfasis al mismo tiempo en que su procesamiento es tan atípico que permite todo tipo de sospechas. La primera y más contundente es que todo se pone en marcha a velocidad de vértigo cuando el juez procesado instruye e investiga la trama Gürtel. ¿Casualidad o causalidad? ¿Por qué no se ha procesado al juez que le sustituyó, Antonio Pedreira, que mantuvo la prórroga de las escuchas por las que hoy se sienta Garzón en el banquillo?

Puede que no sea lo que parece, pero lo que parece es demoledor.


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