Editorial del 18 de abril de 2012

“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir.” Solo completamente, sin nadie a su lado en quién apoyarse, con sus muletas y en un entorno hospitalario de aspecto extraordinariamente austero, el Rey de España ha pronunciado esas palabras acompañadas de un gesto entre serio y triste antes de abandonar el hospital en el que fue intervenido.

La puesta en escena, probablemente mucho más pensada de lo que aparenta, ha sido eficaz y necesaria. Nunca en 37 años de corona, el jefe del Estado había pedido perdón. De hecho nunca nadie público lo hace, así que pese a la ola de indignación popular que produjo el episodio de Botsuana, es fácil que la mayoría de los ciudadanos acepten las disculpas. Quedará cicatriz en la Institución pero por lo menos se ha suturado.

Cabría preguntarse cómo se habrán quedado aquellos que han sostenido sin parpadear que el Rey no tenía nada de lo que arrepentirse. O sea, los más papistas que el Papa, los mayores cortesanos del Reino.


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