Editorial del 19 de diciembre de 2011

El futuro presidente del gobierno ha empleado algo más de una hora en contarnos algo de lo que nos espera a los españoles. “Cuando desaparezcan los nubarrones llegará el día en no recordaremos los sacrificios”. Esas han sido sus últimas palabras, sorprendentes porque durante toda su alocución nada hizo suponer que habría sacrificio alguno para la ciudadanía.

Rajoy contó con detalle lo bueno, obvió lo malo y pasó sobre lo demás con trazos gruesos cuando no ambiguos. Sabemos que el Estado tiene que ahorrar 16 mil millones, pero hasta los idus de marzo, cuando el presupuesto del 2012 esté listo, no sabremos de dónde.

Nada hay más definitorio de la política de un gobierno que saber dónde y cómo distribuye el presupuesto general. Como de eso poco sabemos, no se pueden establecer juicios, ni siquiera de intenciones.

Por eso el respetable y los medios andan entretenidos en lo más popular: que se tocarán los puentes festivos, que el bachillerato será más largo, que las pensiones se actualizarán, y que el IVA no se pagará si haberlo cobrado. Ninguna lágrima patria se verterá sobre esos supuestos, como no sean lágrimas de alegría, claro. ¿Eso quiere decir que no hay ninguna mala noticia? Cualquiera sabe que tal cosa es imposible. ¿Cuándo sabremos toda la verdad? Cuando Rajoy no tenga ninguna posibilidad de aplazarla.

No se lo vamos a reprochar: viene la Navidad, y a lo mejor hasta es bueno para el consumo ignorar la dureza del hachazo primaveral.


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