Editorial del 14 de marzo de 2011

Empieza la semana con el mundo conmocionado ante las imágenes que siguen llegando del Japón. Los prodigios tecnológicos, ingenieros y arquitectónicos nipones han amortiguado una devastación que, de todas formas, va a ser grande, más grande cada día que pasa. Se empezó hablando de mil muertos. Hoy ya nadie piensa en menos de 10 mil. Veremos por cuánto, finalmente, se multiplica esa cifra. Al final, el terremoto ha sido lo de menos. Lo peor llegó con el tsunami y con él la amenaza nuclear. Las centrales aguantaron el temblor brutal de la tierra, pero el tsunami acabó con el plan B de seguridad, al detener el proceso de refrigeración de los reactores.

Ante la catástrofe natural no hay opinión: la catástrofe es inexorable. La naturaleza nunca ha tenido piedad. Ante la energía atómica, en cambio, si hay cosas que pensar y decir, sobre todo si son opiniones que se emiten tras la información rigurosa y no sólo envueltas en el clan ideológico al que uno se agrega voluntariamente.

Lo cierto es que el mundo había olvidado los muertos, los enfermos y los deformes de Chernobil. Parecía asumido que la dependencia del petróleo no era saludable para las economías occidentales y quedaba lejos en la memoria de una generación aquellas pegatinas de NUCLEARES, NO, GRACIAS. ¿Y ahora, qué? ¿va a cambiar algo? ¿se reabre el debate nuclear o sólo será mientras dure el miedo japonés?. Por de pronto, aunque suele decirse que no se pueden tomar decisiones en caliente, Angela Merkel, podría rectificar esta misma tarde, la ley aprobada por su gobierno para alargar la vida de las centrales nucleares. Mañana se reúnen todos los expertos comunitarios en Bruselas. ¿mantendrán los partidarios nucleares su opinión o cambiarán como parece a punto de anunciar, Angela Merkel?


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