Editorial del 26 de enero de 2010

Se veía un sol sonriente y el eslógan decía, NUCLEARES, NO GRACIAS.

Esa pegatina ha estado en la solapa y sobre las carpetas jóvenes de toda una generación y, claro, eso deja poso. No es momento de entregarse al maniqueísmo de nuclear sí o no, pero si de constatar el liderazgo marchito de la clase dirigente. El que gobierna tiene miedo a gobernar, y el que aspira a estar en el gobierno, tiene miedo a acabar con sus expectativas electorales. Total, y con todo el respeto, la conjura de los necios. Cuatro cosas.

Una para Miguel Sebastián: El Ministerio de Industria debe decidir, y si eso le ocasiona antipatías, pues haber montado un supermercado en lugar de ser ministro.

Otra para De Cospedal: La oposición debe ser consecuente con su ideario político, y si es pronuclear, no puede admitir que toda una secretaria general rompa la baraja por no espantar votos manchegos.

La tercera para Montilla y Barreda: Si uno es presidente de comunidad autónoma y nunca cuestionó la ley por la que los ayuntamientos tienen potestad para decidir ciertas cosas, no es de recibo que amenacen con recurrir decisiones legítimas.

De todos, los únicos que están ejerciendo su responsabilidad son los alcaldes de Yebra y de Ascó. Pues miren por dónde, como poco les van a expedientar y, a la que se descuiden, incluso les pueden retirar la militancia y la palabra.

El almacén nuclear es necesario, lo dicen hasta los antinucleares. Nadie lo quiere cerca y cuando aparecen dos municipios que se postulan se le tiran a la yugular. ¿No les parece el mundo al revés?


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