Editorial del 25 de junio de 2009

Cuando se produce un accidente de aviación con muchas víctimas, por ejemplo el de Spanair en Barajas, la noticia ocupa durante cierto tiempo lugar preferente en el relato de la actualidad. Pasan los días, surgen teorías e hipótesis sobre la catástrofe, se anuncia una investigación severísima y, pasados los fulgores del presente de indicativo, el asunto va desapareciendo de los medios.

Pues bien, casi un año después es bueno que sepamos que el juez español que instruye el caso, Juan Javier Pérez no tiene quién le haga un informe sobre la causa del accidente. Primero el juez tuvo que desestimar a la comisión de investigación adscrita a Fomento porque tanto la marca del avión, Boeing, como la compañía, Spanair, estaban sentadas en ella. Y, claro, al juez no le pareció que aquello tuviera visos de imparcialidad: en el coro y repicando no se puede estar y, en el terreno de la justicia, además, está prohibido.

El juez, ante las dificultades de encontrar en España un sólo perito completamente objetivo e imparcial, acudió a la agencia europea de seguridad aérea que le acaba de contestar que el tema no es asunto suyo.

O sea, el juez no tiene quién le escriba.

Y, al hilo de esa história, nos preguntamos si España es un país sano. Un país que ni siquiera ante 154 muertos encuentra un perito imparcial, demuestra una patología severa de mezquindad.

El relato del día tiene otros protagonistas, de hecho este tema no merece demasiado espacio en ningún sitio.


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