La Vanguardia, 8 de junio de 2012

Por Víctor-M. Amela

Julia Otero invitó el pasado lunes al escritor Mario Vargas Llosa a la segunda entrega de su programa Entrevista a la carta (La 1). Es una entrevista mediatizada por una batería de preguntas grabadas por personajes conocidos, cuyos rebotes recoge la entrevistadora para repreguntar a su particular manera.

Hay una “manera Otero” caracterizada por barajar la tensión sexual, es decir, por apelar al aspecto físico y a la feromona del entrevistado (sea torero o premio Nobel de Literatura). El entrevistado suele intimidarse un poquito ante la fogosidad de la entrevistadora (¿el cazador cazado?). Vargas Llosa, requebrado por su aspecto físico (“No sé qué me gusta más de usted, si su mirada o su sonrisa, Mario”, le piropeó Julia Otero), supo replicar célere a la dama: “¡Pues me gustaría más que te gustasen mis libros, la verdad!”, como diciéndole: “no soy Justin Bieber, ¡léeme!” (lo que a su vez tiene un punto contradictorio, puesto que a Vargas Llosa le encanta asomarse a los medios de comunicación, inevitablemente tributarios de la apariencia y el espectáculo, como él bien sabe: “La civilización del espectáculo” es su último libro).

En todo caso, fue un buen lance, pues desveló los reflejos del entrevistado, más acostumbrado a los piropos de lo que quiere reconocer. No está bien ni mal que Julia Otero (o Jesús Quintero, en su caso) cortejen a su entrevistado: sólo cabe evaluar si eso aporta algo o no a la entrevista. El caso de Mercedes Milá es otro: ella morrea y magrea porque el formato pide espectáculo, más allá o acá del contenido.

Entrevista a la carta, en cambio, es un formato de televisión pública que prioriza el contenido (la cuota de pantalla no es el criterio hegemónico: por eso no debiera molestarse Julia Otero si alguien le reprocha haber obtenido un pobre cuota con Mario Vargas Llosa). Así, el único riesgo de estas entrevistas (con o sin cortejo) es patinar justamente en algún contenido, y eso le sucedió este lunes a la entrevistadora: Vargas Llosa tuvo que ilustrar a una desinformada Julia Otero que petite morte (pequeña muerte) no es sinónimo de andropausia (pitopausia, para el vulgo), sino de orgasmo (“éxtasis”, dijo él, muy fino). Tampoco aprovechó Otero para contrastar la versión que el escritor colombiano Juan Gossaín publicó del lance del puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez, con azafata sueca de por medio, tal como recoge el reciente libro Las 1.001 fantasías más eróticas y salvajes de la historia.


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