Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 20 de junio de 2014

Nada existe oficialmente hasta que se publica en el BOE, y por eso existen los sabuesos del periodismo que huelen cada mañana las decisiones que toma el Gobierno poniendo su nariz encima del Boletín Oficial del Estado. Hace unos días el Gobierno concedió otro puñado de indultos, y escaldado como está el gato, alguien se tomó la molestia de saber quién era el guardia civil Manuel Arbesú, por qué había sido condenado y en base a qué se le indultaba. Así supimos que hace tres años subió de paisano a un tren de Gijón, con un amigo que se sentó junto a otra pasajera a la que dijo cosas delicadas, tales como: «Sabes, tía, me das morbo, métotela por el culo y sácotela por la boca... póngote mirando a Cuenca». Así consta literalmente en los hechos probados que recoge la sentencia, que añade que el guardia civil «estuvo riéndose permanentemente» mientras grababa con su móvil.

No intervino para nada ni siquiera cuando el energúmeno, llamado Javier Lastra Vigil, puso la mano en la entrepierna de la víctima cuando intentaba escaparse. Un ciudadano que intentó ayudarla se llevó una hemorragia en el ojo, un desgarro en el labio superior y un golpe en la sien. Ante eso, el ahora indultado siguió omitiendo su deber de perseguir o evitar el delito, lo cual es también delito tratándose de un agente de la autoridad. Pues bien, la Audiencia Provincial de Asturias condenó a Arbesú a pagar 500 euros a la víctima y a inhabilitación de seis meses para cargo público, pena que comporta la expulsión de un cuerpo al que llaman «la Benemérita».

Concejal del PP

La perplejidad que produce la ridícula condena -la del agresor es aún menor sin el agravante de ser agente del orden- se completa cuando el Gobierno considera que concurren «razones de justicia y equidad» para conmutar la pena de inhabilitación por una multa. Estábamos digiriendo la noticia cuando oímos que alguien cantó bingo: el padre es concejal del PP y movilizó cuanto pudo en Asturias para que su hijo fuese indultado. Hasta ahí era humanamente comprensible, pero la cabra tira al monte y, tarde o temprano, da muestra de su naturaleza.

El miércoles habló en Espejo público negando que su hijo fuera amigo del agresor y que viera tocamiento alguno, menos aún un delito. Seguramente por eso, su hijo se escapó dos veces de la policía. «Ella fue la ocasionante de este problema», añadió, y por eso «no merece» que su hijo «le pida perdón». Desde los tiempos de aquel inolvidable juez de Lleida que consideró que un pobre empresario no pudo resistirse a la provocación de una joven en minifalda no habíamos oído nada parecido.

El desprecio que siente Gallardón por las mujeres sorprende ya a pocos, pero, ¿hacia qué parte de Cuenca miraban las ministras y la vicepresidenta cuando se debatió el indulto?


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