Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 28 de febrero de 2014

La primera vez que me contaron en el colegio la apasionante existencia de las líneas paralelas sentí inquietud y extrañeza. Mi poca dote genética para las matemáticas me impedía aceptar que esas paralelas nunca se encontrarían. Cualquier concepto inapelable -vale para el nunca o para el siempre- resultaba irritante para la niña que fui. Luego una crece y aprende de la vida que las matemáticas también se explican en las actitudes. Pues bien, no se me ha ocurrido nada que explique mejor el debate parlamentario de esta semana que los mundos paralelos. Parece sarcástico incluso el título de la cosa: lo llaman debate pese a la manifiesta incapacidad para intercambiar nada. No se escuchan, no se contaminan de las ideas del otro, no son permeables a los mundos ajenos. Cada cual en su rebaño: rectas paralelas que jamás se cruzarán.

He leído que las respectivas aficiones quedaron satisfechas con el juego de su delantero. El presidente, con la valentía que le caracteriza, apenas habló de corrupción, nada de educación ni de sanidad, ni una palabra del aborto. Rubalcaba hizo un discurso ideológico, y Rajoy, el de un gestor que no se mete en política. Y ambos parecían el protagonista de El sexto sentido, ignorando que están muertos por más que luchen desesperadamente por su supervivencia. Si PP y PSOE son entre sí líneas paralelas, juntos a su vez lo son con respecto al resto. En esta ocasión resultó patética su costumbre de buscar el ganador, como si en el futuro no tuviesen que contar con partidos emergentes que les devorarán por varios flancos. Toda la Cámara constituye en sí un mundo paralelo que no se cruza con el de la calle, hastiada de una casta (nunca pensé que usaría esa palabra) que en general no se ha ganado la vida fuera de las ubres de palacio, con sus iPads y su canesú de privilegios.

Objeto de deseo electoral

Una simple lectura de los titulares del día siguiente en los medios de comunicación constata que también en el periodismo (o en lo que se haya convertido) hay dos mundos paralelos que no solo no convergen jamás sino que se escupen y se desprecian. Las fuerzas no están equilibradas, desde luego. Tres directores de diario cesados en apenas unos meses ya indican que bromas, las justas.

La sinfonía de mundos paralelos es inacabable en este país. La macroeconomía frente a la economía familiar; los que pagan a Hacienda y los que sistemáticamente defraudan; los antiabortistas y los que defienden la libertad de las mujeres; los ricos y los pobres; españolistas e independentistas...

Acabado el no debate sobre el estado de la nación, se acerca la primera ocasión en que los ciudadanos nos convertimos en objeto de deseo: las elecciones europeas. Y aunque una campaña electoral ahora mismo actúe como el bromuro sobre la maltrecha libido colectiva, yo me estoy votando encima.


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