Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 24 de enero de 2014

Las mujeres de Occidente hemos recorrido desde las últimas décadas del siglo pasado el camino de una revolución silenciosa y eficaz que ha conducido a leyes igualitarias y a una situación social y laboral que nuestras abuelas ni soñaron. Estamos en mitad de la travesía y es necesario parar y examinarnos, no tanto en lo público como en la esfera privada, y hacer autocrítica. Señoras, seamos valientes y sinceras: algunas no están a la altura de su responsabilidad generacional ni mucho menos al nivel exigible a personas de su capacidad, formación y poder simbólico. Veamos.

Valérie Trierweiler, 48 años, licenciada en Historia, Ciencias Políticas, máster en la Sorbona y periodista de éxito en la televisión francesa. Emparejada con el presidente de la República desde hace 13 años, lame sus heridas en la residencia oficial de Versalles tras una semana de ingreso hospitalario. La cornuda más famosa de Europa aguarda, dispuesta a perdonar, que el jefe del Estado deshoje la margarita y escoja con quién seguir acostándose. Al menos oficialmente, porque monsieur le président es el campeón de la doble vida desde que entró en la Wikipedia. ¿Por qué soporta una profesional competente, de carácter, atractiva y con capacidad para ganarse la vida una humillación planetaria de esa magnitud? ¿Es más cómoda la vida en el Elíseo, con secretarios y asistentes, que la dignidad personal en un apartamento de París? Entonces, ¿por qué lleva ese símbolo feminista como colgante al cuello con el que la hemos visto en varias fotografías? La señora Chirac o madame Mitterrand (o la Reina de España) pertenecieron a un mundo en el que la historia les reservó el papel de comparsa, resignación y disimulo. Por cuna o por cama, las generaciones anteriores no podían escoger. «No voy a ser un florero», dijo Valérie tras las elecciones presidenciales. Eso hubiera sido el mal menor. Su dignidad es la que hoy languidece en el florero.

Sinclair y Strauss-Kahn

Sigamos: Anne Sinclair, nieta del marchante de Picasso, millonaria, inteligente, guapa, con formación exquisita, novia de Francia durante años, abogada, poseedora de todos los premios de comunicación, la periodista con más prestigio y solvencia de la televisión francesa. Soportó durante años seguir casada con un depredador sexual como Dominique Strauss-Kahn, que no contento con las orgías pagadas tuvo que abalanzarse sobre una pobre asistenta de hotel. Anne abandonó su brillante carrera por un sátiro, y cuando el mundo entero ya sabía de los estragos de su bragueta, Sinclair siguió a su lado, perdiéndose el respeto a sí misma y a varias generaciones de mujeres luchadoras, entre las que erróneamente la incluimos. Podríamos seguir con Hillary Clinton y los restos orgánicos de su marido esparcidos en un vestido azul.

Me importa un pimiento la vida privada de las personas públicas, pero es insoportable tal falta de amor propio. Qué ejemplo, señoras.


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