Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 1 de noviembre de 2013

Pagant, Sant Pere canta es un dicho que tienen testado con éxito políticos, empresarios, jueces, tesoreros y otros mamíferos superiores. Señores muy finos, de camisa con iniciales bordadas en la pechera, han estado untando al sistema para que fuera generoso con ellos a costa del bolsillo de los contribuyentes. A escote les hemos pagado una obra pública que nos ha salido carísima a los ciudadanos, porque engrasar la correa de transmisión es empezar y no parar.

Hemos ido comprendiendo, al fin, por qué casi todo lo presupuestado en España con cargo a los presupuestos públicos nos ha acabado costando el doble (cuando el latrocinio era moderado) y el triple (cuando se les iba la mano). No hay sistema impositivo que aguante todo lo que hemos tenido que mantener con nuestros impuestos. Y en esas llegó la crisis y los gobiernos y sus ministros de la pela no han dado con otra fórmula para salvar el abismo que no fuera agarrarse a las ubres de los asalariados bajo control. Y las vacas no solo están anémicas, sino de mala leche.

Vivimos en la zona del mundo con los tributos más altos, solo Suecia nos gana por décimas, pero nuestros servicios públicos ya nada tienen que ver con los suyos. Nos exprimen más que nunca y nos retornan cada día menos. En lugar de perseguir la evasión fiscal, han amnistiado a los ladrones de fin de semana en Zúrich o Ginebra; en vez de combatir la ingeniería financiera tramposa, la han emprendido con los que añaden al subsidio unas chapuzas en negro.

Sin equidad, los impuestos resultan obscenos. Sin eficiencia, odiosos. Pagamos y San Pedro no canta. No hace falta ser economista para darse cuenta de que estamos en ese punto de la curva de Laffer en el que la presión tributaria no consigue recaudar más, sino menos por pura asfixia.

Presión fiscal y patriotismo

El presidente de Madrid lo ha entendido y esta semana ha anunciado una rebaja sustancial del IRPF en el tramo autonómico. En según qué niveles de renta, la diferencia entre vivir en Catalunya o Madrid será de ¡cinco puntos! Podría analizarse el órdago de Ignacio González desde diversos puntos de vista: que juega con las ventajas de la capitalidad y mayores inversiones del Estado, con los impuestos que tributan en Madrid empresas implantadas en todas las comunidades, etcétera. Lo que no es aceptable es que desde Catalunya se interprete la rebaja madrileña como una opa hostil a los ricos catalanes. Es verdad que en los últimos tres años han volado hacia allí más de mil empresas, y con ellas cientos de millones. Pero ¿eso significa que cuando la presión fiscal entra por la puerta el patriotismo salta por la ventana? Pues menudos mimbres para hacer un cesto. Y otra pregunta más: ¿a quiénes creen que votan esos catalanes que han huido con sus cuentas corrientes y las sedes sociales de sus empresas? ¿A la CUP? ¿Y a quién van a votar la próxima vez?


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