Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 8 de marzo de 2013

Dios los cría y ellos van a por nosotras. Siempre son los mismos. Siempre es lo mismo. Desde el lunes la ONU acoge la comisión anual sobre la condición jurídica y social de la mujer. No es un encuentro planetario más de los muchos que se celebran en la sede que tiene la organización en Nueva York. Hay tanta participación de gobiernos y organizaciones no gubernamentales, que se convierte cada año en una de las conferencias más concurridas. Este año el objetivo es la creación de normas internacionales estrictas que prevengan la violencia contra las mujeres y los niños. La historia de Malala Yousafzai, la pequeña paquistaní tiroteada por un fanático islamista que quiso escarmentar así a cualquier niña que se atreviese a ir a la escuela, ha pesado en la elección de ese objetivo. Malala, por la brutalidad de la acción, ha devenido un símbolo mundial capaz de representar a los cientos de miles de mujeres y niñas que son asesinadas violentamente cada año. La cifra de esas muertes entre los 15 y los 44 años supera, según el Banco Mundial, a la de fallecidas por cáncer, accidentes, guerras, VIH y malaria… juntas.

Como pretexto

Pues bien, nada más empezar la conferencia se han producido las primeras escaramuzas de algunos estados que consideran peligroso que la resolución final recoja que la religión, la tradición y las costumbres jamás pueden convertirse en un pretexto para recortar los derechos civiles de la mitad de la humanidad. ¿Qué estados pueden objetar que el nombre de Dios no debe usarse para convertir a las mujeres en ciudadanos de cuarta categoría? Efectivamente, aquellos que tienen a Dios siempre en la punta de la lengua y, por supuesto, en la primera línea de su Constitución. La política y su estrategia consiguen extraordinarios concubinatos, pero no me negarán que la unión del Vaticano e Irán en este asunto no supera el peor presagio. Han leído bien: el señor Ahmadineyad y quien quiera que represente al Vaticano vacante observan con preocupación que la supuesta voluntad divina respecto a las mujeres pueda ser afeada por unos derechos universales que ellos consideran, al parecer, de rango muy inferior. Primero está lo que llaman el «derecho natural», que es el suyo, según les cuenta Dios al oído, y luego están los otros, los derechos humanos, que son una bisutería, digamos.

Si eso ha ocurrido nada más empezar la conferencia de la ONU, es fácil imaginar cómo se desarrollarán los próximos días, en que van a abordarse asuntos relacionados con la sexualidad y la libertad femeninas. La violación dentro del matrimonio, por ejemplo, también les ha incomodado. ¿Cómo se va a condenar, pensarán esos señores tan piadosos, a un hombre que toma lo que le pertenece?

Los dioses, tan enfrentados en todo lo demás, siempre se ponen de acuerdo con respecto a nosotras: el aplastamiento de nuestra libertad y el control de nuestro vientre. Si Dios existe, como dice un físico amigo mío, seguro que no tiene religión.


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