Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 18 de enero de 2013

España es país de grandes entierros. No sé con certeza si la frase tiene padre reconocido, pero no tiene discusión. Vale para la muerte biológica y también para la muerte civil, si así puede considerarse, por ejemplo, el abandono de la política activa. Se practica tal manoseo con el lenguaje que se termina por poner en entredicho la inteligencia de quien escucha, y, sobre todo, la de quien emite el mensaje. Hace unos días la alcaldesa de Madrid despedía de forma muy sentida a su vicealcalde, al que mostró gratitud eterna por la lealtad y eficacia demostradas. Miguel Ángel Villanueva fue aquel que con tres chicas muertas en el Madrid Arena y otras dos agonizando en el hospital salió muy diligente a defender a una empresa que se jactaba a menudo de reventar los aforos de los eventos que organizaba. Luego supimos que el pájaro al que defendía, el tal Flores -hoy en libertad bajo fianza-, era un 'amiguito del alma'. Pero Ana Botella, queriendo protegerle al tiempo que lo echaba, no tuvo ocurrencia mejor para las exequias políticas del fiel escudero que decir que lo hacía para ahorrar. O sea, el vicealcalde no era incompetente, era caro. Esta misma semana, el anterior consejero de Sanidad de Madrid, Juan José Güemes, enterró sus planes renunciando al cargo en una empresa sanitaria que iba a gestionar servicios que él mismo privatizó, al tiempo que afirmaba en público que no solo era legal, sino ético y estético. ¿Por qué ha renunciado, entonces? ¿No soportó la presión de la sospecha? Su esposa, Andrea Fabra, habría dicho «¡que se jodan!», pero al no haber bancada socialista a la que dirigirse, sino una opinión pública al borde de la náusea, el señor Güemes optó por un haraquiri rápido. Y seguramente provisional.

Elogio de los corruptos

Son también frecuentes los funerales hagiográficos de los corruptos. No me negarán que ningún país despide con tanta delicadeza a sus chorizos. Basta una dimisión -casi nunca a tiempo, siempre in extremis- para que el dimisionario sea ensalzado como persona de bien. En las hemerotecas están las bonitas palabras de Rajoy sobre el entonces tesorero del PP y senador Luis Bárcenas: «Nadie podrá probar que Bárcenas no es inocente. Se va para servir mejor al partido». Ayer supimos que en una cuenta suiza tuvo 22 millones de euros, que, por supuesto, hizo desaparecer en cuanto le imputaron.

Capítulo aparte merece la enorme ilusión de los sospechosos por ser imputados. «Lo estoy deseando, porque así podré defenderme», dicen mientras envían una legión de abogados a intrigar jurídicamente, cuanto haga falta, para dilatar el proceso hasta que falle la memoria popular. Para cuando haya sentencia sobre Bárcenas, 'el Bigotes', algún hijo de la familia Pujol o el lucero del alba de cualquier partido, ya habremos olvidado su cara como nos acaba de ocurrir con los protagonistas del 'caso' Pallerols. A mí, sin ir más lejos, me cuesta ya recordar el rostro de Fèlix Millet.


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