"Y que si esto y aquello y lo de más allá, y que si patatín y que si patatán". Así resuelve la conversación un personaje de la última novela de Juan Marsé. Y algo parecido debe de rondar en su cabeza cuando acepta, pocas veces, una entrevista. "No me gusta hablar de la faena", dice, "te hacen preguntas que a veces no sabes". Al otro lado de los Pirineos y del Atlántico le han dado los galardones literarios más reputados, pero aquí lo tiene crudo porque, como él dice, es un tipo "fronterizo y francotirador". Y ya se sabe que las fronteras dan malos rollos y pocos premios. Su humildad no es sospechosa, luego debe estar abrumado con los elogios que ha recibido por Rabos de lagartija.

Y yo que no me lo imagino cortándole el rabo a una lagartija...

Realmente yo no corté ningún rabo, pero sí las cazaba con una rama. El resto de perrerías sólo las miraba, que también es una forma de culpabilidad.

Una buena novela ¿puede tener un título decepcionante?

Pues sí, hay títulos anodinos, simplones, que no están a la altura. Y al revés: hay títulos extraordinarios de novelas que no creo que vaya a leer.

Una vez me contó que tenía algún título imposible rondándole. Me pareció una auténtica promesa para la curiosidad. ¿Se acuerda?

Ah, sí [risas]... Los horrores conyugales de Zaragoza, sí, tremendo. Debería ser una novela gótica, tenebrosa. ¿Por qué en Zaragoza? No me lo preguntes, no lo sé.

En la presentación de Rabos. . dijo que no tenía la culpa de que la historia fuera triste. ¿Nos asusta la tristeza porque la asociamos al fracaso?

Es posible, pero el fracaso ilustra más que el éxito porque está más ligado a la condición humana. Yo el éxito lo miro como un relámpago engañoso.

¿Por eso literariamente nunca se ha ocupado de ningún personaje triunfador?

Ese tipo de personajes, como en su momento Mario Conde, no me los he creído nunca, así que literariamente tampoco me interesan.

¿Y qué me dice de la ternura? Hay signos de alergia colectiva a ella.

La ternura es importantísima, y lo digo sin ninguna vergüenza. Se ha dicho que hay un tipo de literatura muy proclive a los sentimientos, más propia del siglo XIX. En una novela, uno busca una historia que enganche, pero, además, que emociones y sentimientos tengan su lugar.

¿La verdad también se inventa, como decía Machado?

Éste es el tema de fondo de mi novela: alguien que se inventa una mentira para conseguir una verdad.

¿Qué le pasa a la verdad, que tantas veces resulta inverosímil?

Pasa que un mal escritor consigue que el hecho más cotidiano no resulte creíble. En cambio, Kafka, por ejemplo, te hace verosímil que un tipo tenga membranas entre los dedos. Éste es el misterio de la literatura de ficción.

¿Se atreve a poner un ejemplo de que no todo lo increíble es falso?

Yo leo cosas a diario en la prensa que no me acabo de creer; los políticos dicen, a veces, estupideces que parecen mentira. Pero como es el mundo real hay que creérselo. Yo me quedo con el mundo de la ficción.

Ha estado siete años sin publicar. Perdone la impertinencia, ¿por qué no escribe más deprisa?

Yo considero que estoy poco dotado para la literatura. En cambio, identifico el talento literario innato de otros cuando leo un libro. Como no lo veo en mí desconfío de lo que hago, corrijo mucho, me cuesta mucho. Y además no tengo ninguna prisa.

¡Con razón le oí decir un día a Vargas Llosa que usted no sabe el talento que tiene!

¿Eso dice?

O sea, usted anda por ahí indiferente al dedo que le señala tozudamente como uno de los mejores escritores de lengua española...

¡Ostras!, pero fíjate en lo que he escrito en 40 años. Muy poco.

Eso que usted llama la "prosa sonajero", ¿no será el equivalente literario del locutor que, a falta de mensaje, engola la voz para compensar?

Sí, es lo mismo. La prosa deslumbrante, tintineante, puede ser buena para el artículo rápido y fugaz de la prensa, pero es nefasta para la novela. Detrás de ella no suele haber nada. La mejor prosa, como dice Luis Landero, no es la que anuncia el talento, sino la que lo contiene.

Su madre murió, como la del protagonista de la novela, en el parto. ¿Si algún día publicase sus memorias, encontraríamos historias ya leídas en sus libros?

Claro, por eso no las voy a escribir. Mi autobiografía está dispersa en todos mis libros, a veces muy disfrazada, y otras, como es el caso, tomada directamente.

Un izquierdoso catalán que escribe en castellano ¿tiene todas las papeletas para quedarse sin el Sant Jordi y sin el Príncipe de Asturias?

Los premios oficiales están en manos de los políticos, a los cuales la cultura les importa un carajo, estén de un lado o de otro. Yo soy fronterizo, para mí ése es el puesto del escritor.

¿Han descubierto ya sus nietos las ventajas de un abuelo que cuenta historias?

Aún son muy pequeños, pero estoy disfrutando más con ellos que cuando fui padre. Me parecen un milagro.


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