La Vanguardia, 17 de febrero de 2020

Por Miriam Puelles

La periodista repasa con ‘La Vanguardia’ cómo ha sido su experiencia en el género de la entrevista

La entrevista está considerada como un arte, y dominarla no es una tarea fácil. Julia Otero lo sabe bien. Lleva más de treinta años realizando esta tarea prácticamente a diario. No sabe con exactitud con cuántas personalidades ha hablado –“no tengo el vicio de los números como cálculo, supongo que entre cientos y miles”– pero todas ellas han puesto su granito de arena para que esta periodista hoy sea considerada como un icono del género.

Todo se fraguó cuando una joven gallega que creció en Barcelona llegó a las ondas radiofónicas con diecisiete años. Ahí comenzó una andadura que todavía hoy perdura. Desde el primer espacio conversacional en Radio Miramar llamado Café del domingo hasta sus reconocidos programas en TVE como La Luna de finales de los años 80, Un paseo por el tiempo en los 90, además de Las cerezas o Entrevista a la carta ya en el nuevo milenio. Muchos han sido los espacios que han tenido su firma y su característico sello. La clave: “la actitud”.

Así lo afirma Julia Otero en conversación telefónica con La Vanguardia, quien asegura que “el libro de estilo es saber lo que se quiere con cada entrevista, saber por qué has llamado a ese entrevistado, cuál es tu motivación o punto de interés y tener la máxima información sobre lo que vas a preguntar”. Esto último, además, lo considera primordial. Aunque hay algo más.

“Lo más importante, lo esencial en la comunicación es saber escuchar”, reseña. Por eso “las preguntas previstas pueden quedarse en el cajón ante un buen entrevistador que escuche, que repregunte y que se deje llevar por el hilo conductor” de la conversación. Al final no hay reglas, solo dos personas charlando con tiempo limitado.

El tiempo, “el hándicap y la grandeza de la radio y TV”

“Ese es un poco el hándicap y al mismo tiempo la grandeza de la radio y de la televisión en directo”, señala Otero. “En prensa escrita podemos estar hablando tres horas y luego permitirte el lujo de coger cuatro frases mías que tú seleccionas, que editas, y escoger cómo quieres que quede el personaje”. Esto en un directo es impensable. “Tienes que ser capaz de generar la atmósfera que tú quieres, recorrer en ese tiempo todos los aspectos por los que has convocado al personaje y a veces el tiempo se te escapa”. Y quien dice tiempo, dice personaje.

Tras pensar unos segundos encuentra un ejemplo, Garry Kasparov, quien fuese campeón del mundo de ajedrez de 1985 al 2000. Cuando Otero lo entrevistó “era un hombre excesivamente joven para hacer frente a una fama internacional que igual en aquel momento le quedaba grande y era una persona muy recelosa de su intimidad que contestaba con monosílabos o frases cortas”. Finalmente enderezó la entrevista, pero su recuerdo sigue ahí, como mantiene el de Jack Nicholson.

“Jack Nicholson estuvo toda la entrevista sacándome la lengua”

Sucedió durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. “En Jocs de nit [TV3] yo entrevisté cada noche durante los diecisiete días que duraron los juegos a personas importantes que estaban aquí. El día que entrevisté a Michael Douglas no quiso venir a plató y tuve que ir a entrevistarle a una especie de backstage que montamos en el propio estadio olímpico. Estaba con Jack Nicholson, que era su amigo. Intenté que estuviera en la entrevista pero se negó y Jack Nicholson se pasó toda la entrevista detrás de mi cámara intentando hacerme reír, sacándome la lengua y haciéndome todo tipo de gestos para conseguir que me riera y que tuviéramos que parar”. No lo consiguió, pero, confiesa, “son esos pequeños recuerdos los que se te quedan clavados para siempre”.

Otro de ellos, Mario Conde. “Fue una entrevista entregada a un personaje que todo el mundo aspiraba a tener. Yo fui por suerte la primera que tuvo en televisión a ese hombre reverenciado por la sociedad y por los medios de comunicación”, recuerda Otero, quien revela que “visto con los ojos de hoy es que no me indulto como entrevistadora ni yo”. La razón es que, añade, “no puedes analizar con los ojos de hoy a un personaje que en aquel entonces estaba haciendo trampas pero que nadie lo sabía y que era como un Dios”.

Sucede lo mismo con programas de televisión como La Luna, con el que Otero alcanzó cuotas de audiencia actualmente extraterrestres. Un espacio que para Otero hoy día es “implanteable” porque, justifica, “estamos en la época del fast food a todos los efectos y las entrevistas hace mucho que empezaron a aderezarse con elementos ajenos a lo que es una conversación entre dos individuos”.

“Ya no hay conversaciones sin más, a secas –señala–. Hay una pirotecnia alrededor que es lo que intenta hacer ‘soportable’ una conversación a los espectadores”. Se le citan casos como Mi casa es la tuya o Planeta Calleja y Otero asiente. “Hablamos justamente de esto, de gente que conversa y se levanta a cocinar o se tira por un paracaídas”. E insiste: “Ya no disponemos ni de tiempo ni de paciencia para sentarnos y ver cómo conversan dos personas por más que el entrevistado sea una persona profundamente interesante”.

“Hay una pirotecnia alrededor que es lo que intenta hacer ‘soportable’ una conversación a los espectadores”

Lo curioso en este caso es que sus programas también emplearon técnicas para restar densidad a las conversaciones. Ocurrió por ejemplo en La Luna, donde el telespectador tenía una sección llamada Media Luna en la que podían involucrarse al plantear sus propias preguntas al personaje a través del equipo de redacción durante la parte final de la entrevista; en Las Cerezas, donde se complementaban con sketches humorísticos de diversas materias; o también en Entrevista a la carta, donde el invitado podía seleccionar –como si de un juego se tratase– qué rostro famoso le cuestionaba ‘sus inquietudes’. Aunque no es lo mismo.

“Cuando te planteas hacer un programa que debe captar la atención del telespectador debe ser además entretenido”, señala Otero, quien insiste en “reivindicar la palabra entretenimiento porque es lo que busca la persona cuando escoge un programa de televisión”. Por eso reconoce que en sus espacios también se emplearon estas técnicas. “Nos hemos ido adaptando para complementar una entrevista seria con elementos y toques humorísticos, satíricos, pero siempre había una carga de profundidad en esa pirotecnia que yo añadía a las entrevistas”.

Ahora, además, tiene que insertar filtros contra las llamadas fake news. “La digitalización ha impuesto hacer unos cambios que afectan a la información: al emisor, al receptor y al mensaje”. El mayor afectado, el emisor, porque “le están exigiendo que se pronuncie sin tiempo para contrastar la información”. Y ahí vienen los errores. Esto lo entiende Otero como “un reflejo de su tiempo”, de la sociedad. Por eso considera que la información “tiene que irse adaptando e introduciendo tantos filtros como sea posible para corregir los errores y los riesgos de la rapidez”.

Mientras eso ocurre, Julia Otero se queda con la radio y su Julia en la Onda. Si bien es cierto que –dudando mucho en responder sobre la posibilidad de volver– la televisión “siempre está ahí” y no lo descarta, esta afirma no lo persigue. “Hay lujos que la radio todavía te permite hacer, como sentarme con Joan Margarit y hacerle una entrevista documentada de media hora”. Eso es lo que agradece de su trabajo: “Dedicarme a un oficio que me ha permitido conocer a gente tan interesante que ha provocado que sea una persona muy indulgente con los errores ajenos, porque detrás de todos esos mitos hay tipos de carne y hueso que pasan nervios, a los que se les seca la boca y quieren quedar bien”. Además, “entrevistar a tanta gente sirve para conocerse más a uno mismo y darse cuenta de que”, al fin y al cabo, sentencia,“todos somos enormemente parecidos”.

 


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