Curtida en mil batallas, la periodista, con cuatro premios Ondas, no se calla ni una. Y a estas alturas menos. Un cara a cara con ella puede ser como una lección de vida. Aprovechamos para que nos cuente la suya.

Entrevista publicada en el número de febrero de 2015 de la revista Objetivo Bienestar

Texto: Carmen Fernández
Fotos: Jonathan Miller

Doble cita con Julia Otero. La primera es una sesión de fotos en el hotel W en Barcelona, en la que salen nombres tan dispares como los de Sara Montiel y Noam Chomsky –ella, por bella que exigía una media en el objetivo de la cámara, y él, por activista- y la segunda es en el despacho de su productora antes de Julia en la Onda. Hablar con ella, por lo que es y lo que ha supuesto en el mundo de la comunicación, impone. Más de 30 años en la profesión se dice pronto.

Un hombre, con tu experiencia, quizá ocuparía un cargo directivo. ¿Por qué nos cuesta tanto a las mujeres?

Es por los demás y por nosotras mismas. Por una parte, nos ponen palos en las ruedas constantemente y, por otra, que no hay que despreciar, dimitimos de las grandes responsabilidades. Contra lo primero se puede y se debe luchar, y muchas estamos peleando por ello, pero contra lo segundo es más complicado. Es algo que forma parte del ADN de las mujeres: se trata de una hiperresponsabilización de todo lo que nos encomiendan, una capacidad de vernos a nosotras mismas por debajo de cómo nos ven los demás y, a menudo, de dimitir de ciertas responsabilidades porque nos da miedo no estar a la altura de las expectativas o porque nuestra vida entraría en una complejidad insoportable al estar en muchos frentes al mismo tiempo. La suma de las dos cosas es lo que nos pone complicado llegar a los puestos de poder.

Es una lástima que lo vivamos así.

Yo, por ejemplo, fichando a gente para la radio, nunca me he encontrado a un hombre que me diga “no me siento preparado para hacer esto”. Nunca jamás me lo han dicho en 30 años que llevo dirigiendo equipos. En cambio, más de una vez y de cinco y de 10, a algunas mujeres a las que he llamado para que se incorporasen como colaboradoras ni siquiera he llegado a convencerlas. De modo que la auto exigencia me parece un freno. Está bien la actitud crítica para con uno mismo, está bien que uno se someta a juicio y sea severo con sus limitaciones, pero es que algunas mujeres son irresponsablemente severas cuando no hay ninguna razón para que lo sean.

¿Y tú no has dudado de ti misma?

Sí, yo misma soy un ejemplo. Pero he procurado combatirlo. Hay un momento en la estricta intimidad en el que te das cuenta de que estás a punto de desistir de algo solo ¡porque crees que no estás a la altura de las expectativas! Yo soy un saco de dudas permanente que todos los días pelea contra ellas, pero me va salvando la militancia, porque si me dejara arrastrar, me pasaría como a muchas otras.

Te etiquetan de feminista. ¿Te molesta?

¡No, en absoluto! Afortunadamente estamos recuperando la dignidad del término. Hasta ahora nos habíamos dejado intimidar por un neo machismo de nuevo cuño de tipos que niegan que haya razones para que exista ya el feminismo y que se han inventado términos como feminazi, que me parecen de una indignidad... Solamente quiero que tengamos las mismas posibilidades y el respeto a mis derechos y a mi libertad, sin pisar la de nadie, por tanto, esto no es homologable al machismo cuya esencia pasa por aplastar la libertad de las mujeres... Yo soy feminista. Nunca he dejado de llamarme así desde que tengo 15 años. Sí, es más... Sí, claro ¡soy feminista! ¿Qué esperan que sea?

¿Y qué piensas de la tiranía de la belleza?

Me parece el peor de los machismos. La peor misoginia de este siglo son los estereotipos físicos. Soy una combatiente incansable contra la anorexia estética que nos imponen. No me callo ni una, jamás me muerdo la lengua. A veces me encuentro con compañeras que eran señoras de una talla 40 guapísimas y que de pronto es como si les hubiera pasado un camión por encima y han decidido que tienen que tener la talla 36 o 34... Mujeres bellísimas que han entrado en esa vorágine en televisión y se han convertido en esqueletos vivientes.

¿Te has peleado con algún estilista?

No, porque nunca se han atrevido a decirme nada en contra de mi talla, que es perfectamente normal. En mi talla 42 me siento estupenda. Es verdad que la tele engorda, aumenta volúmenes... Así que cuando hago tele procuro estar en una 40. Hago dieta, pierdo un par o tres de kilos y me pongo en una talla menos para salir en la tele como yo soy, pero ya está... Es que este tema me parece la peor de las opresiones. Es como si hubiera una especie de conspiración que nos diga: “Sois libres, podéis decidir cuándo ser madres, tenéis acceso a la educación, cargos de responsabilidad, pero ah... El peaje será que tenéis que medir una talla 36 y pesar 50 kilos”. La historia conspira contra nosotras con la talla y ¡el bótox!

Muchas tienen la misma cara...

¡Claro! Por favor, peleemos contra esos rostros inyectados que pierden toda expresión, que viven de espaldas a lo más bello de la realidad: el paso del tiempo y lo que eso supone en aprendizaje.

Entonces, ¿sí es cierto que la madurez es una época maravillosa?

A ver, cuando tienes 20 años crees que eres inmortal, cuando tienes 50 ya has descubierto que no lo eres. La constatación de que nos morimos mientras pasan las décadas esta ahí es una evidencia. ¿Hay cosas buenas que tienes a los 50 que no tienes a los 20? Es posible, pero negar la putada que supone el paso del tiempo me parece hipócrita. Yo no volvería a los 20, pero volvería con gusto a los 40. Hay que aprender a escucharse, yo escucho bastante mi cuerpo... Y tengo un cuerpo bastante maltratado por diversas vicisitudes: tuve un tumor a los 18 años a causa de una caída. De los 18 a los 25 estuve seis veces ingresada abierta en canal. Por tanto, soy de las que a los 20 ya sabía que me podía morir.

Ahora estás bien de salud, ¿no?

Sí, sí... Pero yo tengo un currículum clínico apabullante. El primer día que vas al médico te dice lo típico: “¿Ha sufrido alguna intervención?”. Y la gente suele decir un par de cositas o ninguna. Yo le digo, “siéntese, que tenemos que hablar media hora. ¿Intervenciones? Siete y no menores, sino de cierta gravedad”. A los 20 estuve si no a punto de morirme, cerca; flirteando con la línea de la supervivencia... Y cuando eso te sucede a esa edad te marca para toda la vida. Todos somos hijos de nuestras circunstancias y yo soy hija de mis problemas de salud. Perderla de los 18 a los 25 marca mucho las cartas de futuro.

Pero no te ha ido nada mal.

La mía es una vida de excesos. A mí me han oído decir más de una vez, “¡un poco de normalidad, por favor! Me tiene que pasar siempre lo mejor y lo peor, ¿no me puede pasar algo normalito? ¿Me tengo que morir casi a los 20 y ocho años más tarde tener un nivel de popularidad del 98%?”. Pasé de ser una persona totalmente anónima a alguien que no puede moverse por la calle. Dejé de salir a la calle, prácticamente...

Pero supiste marcar distancias pese a hacerte famosa con 3x4, La luna...

Como las hembras alfa, marqué mi territorio. No jugué la carta de la prensa rosa, es más, hubo un tiempo en que hacía un reportaje al año para las tres revistas del corazón que existían porque la presión era insoportable, con la excusa de que si no haces el reportaje te van a robar las fotos. Cuando descubrí después de cuatro o cinco años que las seguían robando, dejé de conceder entrevistas.

Salías mucho en portada.

Menos mal que ahora no hay índices de popularidad como los que había entonces. Ahora a una persona muy conocida la ven en televisión tres millones de personas; a mí me veían todos los días al mediodía entre seis y siete millones. Lo que ahora es un Barça-Madrid, imagínate... Y por la noche, 15 o 16 millones de espectadores con La luna.

¿Qué sientes con el juicio público?

Me entra en el sueldo. Si me molesta que me juzguen frívolamente. Es delicado comprobar que personas que no te conocen de nada emiten juicios de ti como persona, no como profesional. Me parece tremendamente injusto, pero he aprendido que va incluido en el lote de lo que supone mi trabajo. Eso sí, si se traspasan líneas rojas no tengo ningún problema en ir a un juzgado. He ido un par de veces y he amenazado con ir otras, por eso mi hija es anónima. Ha estado 18 años siendo anónima porque enseñé los dientes. Ni en esa época tan dura se publicó una foto de mi hija.

¿Te preocupa el futuro que le espera?

Enormemente. Yo soy hija de una familia emigrante de Galicia de los años 60 que llega a Barcelona sin nada, que vive en un piso de 50 metros cuadrados en Poble Sec, de alquiler, que hace buena parte del bachillerato y de la carrera con beca, que es hija única y tiene la desgracia de caer enferma, que a los 18 años tiene que atravesar meses de hospital en la sanidad pública... Y, sin embargo, miro hacia atrás y pienso, “está bien lo que hemos conseguido”. Y digo hemos porque incluyo a mis padres y a la gente que me quiere. He vivido en una época en la que el hijo o la hija de un emigrante sin un duro y sin nada donde caerse muerto, con esfuerzo, podía conseguir el salto social. Soy el ejemplo del ascensor social y siempre se lo agradeceré a mis padres. Lo tuvieron claro desde el principio: ellos se sacrificarían y yo estudiaría.

Pero ahora todo parece más difícil.

Vivimos unos momentos en los que el salto es hacia atrás, en los que el ascensor baja. Yo no sé si existe ahora una clase baja que puede por su esfuerzo llegar a ser clase media e instruir a sus hijos, que estos puedan encontrar un trabajo digno y capacidad de prosperar. Eso ocurrió en el baby boom al que yo pertenezco. Ahora la sensación es de desconcierto y miedo. También es verdad que acostumbrarse al confort social hace que no queramos vivir con menos. Yo me he calentado con una estufa catalítica, no existían los plumones y te levantabas por las mañanas con un frío... No quiero que mi hija vuelva a la catalítica, pero tampoco quiero que los hijos de los que no tienen la suerte de mi hija lo pasen mal, quiero que tengan esperanza de futuro.

¿Y ves a tu hija haciendo las maletas?

No es que me lo imagine, es que va a pasar. Ella, con 18 años, ve todos los días los informativos y no hay día que no diga “qué país...”. La amenaza la tengo ahí y me veo cogiendo la maleta detrás de ella.

¿Estáis muy unidas?

Sí, la verdad es que sí, tenemos una relación estupenda. A veces cuando tengo personas próximas con adolescencias problemáticas, extenuantes en esa lucha de generaciones... casi disimulo y me invento algún problema. Porque he atravesado la adolescencia con Candela con una enorme placidez. Nuestra relación se basa en la confianza: “Yo nunca te engañaré, tú tampoco. Yo confío en ti, tú confías en mí. Cuando tengas dudas, pregúntamelo todo, que yo te responderé todo”. Y esto ha sido así desde el principio. No hay ni una sola conversación con un hijo que se tenga que aplazar, no hay nada aplazable en la formación y en la educación, en la telaraña sentimental de una familia. Las cosas han de hablarse en el momento. No “ya hablaremos más tarde”.

Con tu nivel de implicación en el trabajo debe haber sido muy difícil.

Su único reproche es que el día que hacía los exámenes de selectividad con los que se jugaba la nota para entrar en Medicina, ese día, yo estaba haciendo un programa de radio en Oviedo. Pero cuando ha sido realmente importante he estado. Lo que he querido transmitirle a mi hija es que para trabajar por su futuro estoy mejor donde estoy, peleando fuera. Y esta idea la tiene muy clara. Recuerdo que el día que Cañete dijo lo de la superioridad intelectual, llegué a casa por la noche y me esperaba en jarras diciéndome, “¿has oído a Cañete?”. O sea que de alguna manera soy su referente y tampoco tiene problemas por decir que es feminista...

Así que es fan tuya.

Hombre, en la adolescencia todos nos hemos avergonzado de nuestros padres alguna vez. Mi hija, como todos los adolescentes, habrá tenido momentos en los que sentirá vergüenza de su madre. Pero, en su caso, toda la gente que habla con ella me transmite otra cosa... Sí noto que soy su anclaje para casi todo. Creo que hay un punto de admiración, que yo también tengo hacia ella por haber conseguido lo que quería. Ella quería hacer Medicina y lo ha conseguido.

Con los años, ¿te sientes más segura?

Si algo añoro de los inicios profesionales es la enorme tranquilidad con la que me colocaba en situaciones delicadas, de máxima responsabilidad. Eso es la indolencia de la juventud. En La luna, me ponía detrás de un atril con tres hojitas y me marcaba más de un minuto definiendo yo sola a un personaje que solía tener 30 o 40 años más que yo, en una época en la que no existía el teleprompter... Y luego me sentaba a hacer una entrevista de una hora... Ahora, cuando lo pienso, me coge taquicardia. La inseguridad llega con el paso de los años.

Dicen que la televisión quema mucho.

No solo la tele. El juicio público es el que actúa como esa pequeña gotita de erosión que acaba horadando una roca. Lo he visto a mi alrededor: presentadores dejando de hacer programas porque no se atrevían a salir. Y está bien que Pastora Soler diga que ha tenido miedo escénico, y Sabina...

¿Y volverías ahora a la tele para hacer un programa de máxima audiencia?

Si hubiera querido hacer programas de máxima audiencia en los últimos 10 años habría aceptado ofertas que he rechazado. A estas alturas, después de llevar 30 años y pico en la profesión, no voy a hacer nada con lo que me sienta incómoda, rara, que no sea yo. No aspiro a programas de grandes audiencias porque eso afortunadamente ya lo he vivido. Cuando me planteo hacer tele, es una cosa pequeña, combativa, de recorrido, y si no es eso, no haré nada.

¿Te sientes orgullosa de ti misma?

No, orgullosa no. Estoy en paz conmigo misma. Creo que no he hecho daño a nadie, al menos voluntariamente, y que la vida me ha dado la opción de escoger, así que me siento privilegiada. He aprendido a decir “no”, que es tan importante como decir “sí”, porque lo que rechazas te define casi más que lo que aceptas. Solo un idiota puede sentirse orgulloso de sí mismo.

Sus cuidados imprescindibles

Gourmet. “Mi vida no es una dieta, ni lo ha sido nunca. Soy golosa, me gustan la pasta, los arroces, el pescado, la carne", Pero procuro no comer grasas. Cuando salgo de trabajar, hago compra de producto de proximidad y fresco en el Mercado de la Boquería [Barcelona]. La cena es el momento más importante, nos reunimos todos, y la mía es una cocina sencilla, mucha plancha, fruta y verdura”.

Deporte consciente. ”Hago gimnasia un par de días a la semana, si estoy en el Pirineo el fin de semana, salgo a caminar mucho. Tengo una musculatura muy agradecida y con dos semanas de fitness mantengo los músculos prietos”.

¿Presumida? "Adapto la moda a lo que yo creo que me sienta bien, y si tengo un mal día, cojo el bolso y me voy sola de tiendas, me encanta. No me siento más tonta por decirlo. A mí me pones en la Quinta Avenida y te la hago de arriba a abajo".


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