El Mundo, 26 de septiembre de 1999
Borja Hermoso

Julia Otero apareció en escena vestida de negro (¿color simbólico de un inexplicable R.I.P. profesional?), pero desplegando sobre el escenario del Kursaal su irremediable clase. Leyó dos veces en un euskera aproximativo y con acento catalán, y la gente le dedicó una intensa ovación. Luego, cinco minutos más tarde, apareció en escena Gracia Querejeta, vaya, vaya, también de negro, quién sabe si -otra vez- simbólicamente ante su nuevo fracaso donostiarra. Pareció que estaba a punto de llorar cuando recogió esa Mención Especial del Jurado con la que el jurado, poco más o menos, vino a decirle «gracias por venir, otra vez será». La hija de Elías Querejeta dedicó el ¿premio? a todas las actrices de Cuando vuelvas a mi lado «y al público de San Sebastián».

Aitana Sánchez-Gijón, embutida en un vestido plateado y presa de un evidente ataque de euforia, recibió de manos de la rubia hitchcockiana Eve Marie Saint la Concha de Plata a la Mejor Actriz, «un premio terapéutico», según ella. Terapéutico por partida doble: porque le curó de repente el gripazo que arrastraba desde hace días y porque vino a resarcir su indignación ante «el ensañamiento de la crítica» (las comillas son suyas) para con Volavérunt. La actriz dedicó el premio a bastante gente, como a su ahijada o sus colegas de reparto, pero sobre todo destacó: «A mi Bigas del alma y del corazón». Y lo argumentó así: «Gracias por esta duquesa maravillosa. Contigo, hasta el fin del mundo».

Los aplausos a un Jacques Dufilho que paseó sus 86 años y su Concha de Plata al Mejor Actor, el largo monólogo en chino del director Zhang Yang y la pajarita decimonónica de Bertrand Tavernier fueron algunos de los momentos y símbolos de la ceremonia de clausura. Bueno, eso, y los salvapatrias giraldillos que volvieron a interrumpir el festival. Dicho sea de paso: van poniéndose bastante pesados.


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