Hace algún tiempo, un reputado colega de la radio preguntó muy ufano a la ministra a quien estaba entrevistando cómo compaginaba la tarea pública con sus obligaciones materno familiares. La susodicha puso el piloto automático y respondió de forma previsible. Tomé nota de la sagaz pregunta y dos días después la ensayé, cambiando el género, ante un ministro muy hombre y padre de familia. La tartamudez y estupor que le sobrevino fue la señal inequívoca de que nadie jamás le había planteado tal cosa. Luego su jefe de prensa me amonestó cordialmente en privado por ¡mi osada impertinencia!.

He recordado la anécdota siguiendo las informaciones sobre las elecciones presidenciales en Colombia. La espectacular irrupción de Noemí Sanín en la contienda electoral presidencial ha merecido atención especial de corresponsales y analistas internacionales.

Pues bien, uno tras otro han sucumbido a la tentación de calificarla como mujer: guapa, elegante, seductora, incandescente, eléctrica. Así han explicado algunos el fenómeno político-sociológico de la persona que rompió el corrupto bipartidismo en el país de la testosterona y la violencia crónica. Sin un duro de los narcos y sin aparato de partido consiguió llevar a las urnas a cientos de miles de colombianos. A otra emergente política, María Emma Mejía, probable vicepresidenta del próximo gobierno e hipotética futura rival de Noemí Sanín, le planteaba otro colega lo siguiente: "¿Veremos a dos guapas ex cancilleres disputándose la presidencia?". He tomado buen nota. Con tantas primarias y secundarias a la vista es de suponer que surja alguna pugna entre bellezas viriles. Seguro que les escandalizará la pregunta.

Julia Otero
Periodista


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