Dicen que los pobres no se equivocan nunca cuando votan y escogen a los gobernantes. Seguramente, esta es una superstición necesaria para la democracia.

Cuando ahora hace un año, los judíos escogieron un presunto criminal de guerra, llamado Ariel Sharon, como primer ministro de Israel, seguramente sabían lo que hacían. No les dio miedo confiar el destino de su país a un hombre con las manos manchadas de sangre de centenares de palestinos. No se puede decir que Sharon engañase al electorado: meses antes de las elecciones, donde lo votaron el 63% de los israelíes, protagonizó una provocación en toda regla: visitar la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén durante la fiesta del año nuevo judío. Un lugar sagrado para los palestinos.

Ariel Sharon no quiere la paz, quiere la victoria; él lo ha dicho así de claro. Lo que parece querer es la exterminación de los palestinos, la eliminación física de este pueblo.

Ya lo intentó Hitler con los judíos, pero entre otras cosas, la resistencia heroica de un pueblo acostumbrado a sufrir, lo impidió. Ahora es la extrema derecha israelí la que intenta cometer con los palestinos la misma infamia de la cual fueron objeto sus antepasados.

Una infamia ante la cual América mira hacia otro lado y ante la cual Europa se lava las manos. ¿Cuánto durará -como escribe hoy el eurodiputado SAMI NAÏR- esta vergüenza mundial?

¿Harán o dirán alguna cosa en Barcelona los lideres europeos? ¿O puede que no esté en la agenda de la cumbre?

Bona tarda. Comença La Columna.


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