Los Mossos d’Esquadra detuvieron en Tárrega, el miércoles en la madrugada, a dos individuos que habían hecho destrozos en 36 coches aparcados en la calle.

Retrovisores, cristales y ralladuras en la carrocería fueron el resultado de una noche desgraciada después de ver perder a su equipo en un bar de Tárrega. El equipo, obviamente, es aquel que es (o era) más que un club y los furiosos y rabiosos culés, dos marroquíes que viven y trabajan en la zona.

El de estos jóvenes, seguramente es un caso de integración furibunda y apasionada, un exceso de celo, digamos, en sentirse identificados con el país donde trabajan.

No sabemos si la depresión culé y violenta de estos marroquíes convencería a los que piensan como Heribert Barrera, pero en general, a parte de los que tienen el coche rallado o sin retrovisor, seguro que muchos sienten, si no simpatía, sí una cierta indulgencia.

Un marroquí del Barça es más fácil que se haga perdonar el pecado original de la diferencia.

Bona tarda. Comença La Columna.


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