Editorial del 20 de septiembre de 2012

La capilla ardiente de Santiago Carrillo seguirá abierta en la sede de Comisiones Obreras de Madrid hasta las 9 de la noche. Miles de personas quieren despedir a un hombre que tendrá lugar destacado en la Historia del siglo XX.

Desde su muerte ayer tarde, mientras hacía la siesta en su casa, se han escuchado muchas alabanzas por su papel en la transición y algunas condenas por las matanzas de Paracuellos. Sin embargo, pese a la querencia por el maniqueísmo que le gusta exhibir a nuestro país, es la visión panorámica de una persona de tan larga vida la que nos puede acercar con precisión a la verdad.

97 años son muchos, máxime cuando la inmensa mayoría han sido vividos en el convulso siglo XX. Carrillo creyó en el comunismo, en la lucha de clases, en la destrucción del contrario; vivió 2 guerras, la civil española y la mundial, se exilió en países del este y tras la invasión soviética de Checoslovaquia, tuvo que reconocer que estaba equivocado y que la democracia era el menos malo de los sistemas políticos.

Cuando le llama Adolfo Suarez en 1977 y le propone legalizar el partido comunista a cambio de la aceptación de la Corona y los símbolos del Estado, nace el Santiago Carrillo que murió ayer: el político comprometido con la democracia. No es raro pues que el Rey y todos los actores de la transición hayan dicho que Carrillo fue figura fundamental en aquellos años delicados. Como dice el profesor Casanova, la figura de Carrillo permite todo el recorrido por los traumas, cambios y logros de España durante todo un siglo.


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