Editorial del 13 de enero de 2012

“La sentencia es escandalosa” ha dicho el abuelo de Marta del Castillo en el informativo del mediodía en Onda Cero. Y están dispuestos a llegar incluso a algún tribunal internacional en su ánimo de recurrir lo que consideran indignante. Solo un culpable, Carcaño, y una pena muy inferior a la esperada, 20 años.

La propia sentencia recoge que Miguel Carcaño no pudo hacer desaparecer él solo el cuerpo de la joven sevillana, pero también se afana en explicar que la presunción de inocencia sólo puede quebrarse con pruebas de carga y que éstas no han sido halladas ni para el hermano de Carcaño, ni para su cuñada ni para el amigo. De ahí una absolución que ha dejado a la familia hundida y a la opinión pública, perpleja.

Es fácil defender que un culpable en la calle es más soportable que un inocente condenado y en la cárcel. En la teoría y racionalmente, eso es incuestionable, pero es humanamente imposible no perder la confianza en una Justicia, doblegada ante las estrategias evasivas y mentirosas de un grupo de adolescentes que nunca pagarán por lo que presuntamente hicieron o encubrieron. No hay mayor fracaso para la Justicia que reconocer que Carcaño no actúo solo y luego no ser capaz de encontrar pruebas de cargo para condenar a nadie más.


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