Editorial del 12 de julio de 2012

“Antes de nada, perdón”. Con esa frase, y pagando anuncios en los medios de comunicación, con foto incluída, el nuevo presidente de Novagalicia Banco y el consejero Delegado han inaugurado una vía desconocida hasta hoy: que algún banquero pida disculpas y manifieste deseo de contrición.

José María Castellano y César González-Bueno reconocen obviedades como que no se podían comercializar preferentes entre clientes particulares, que se hicieron inversiones “poco prudentes” y que los antiguos directivos cobraron indemnizaciones indecentes precisamente por hacer lo peor posible su trabajo.

Es un paso al frente que hay que celebrar por parte de Novagalicia Banco que otros deberían imitar, aunque, a estas alturas, no es suficiente. Lo suyo es que los ejecutivos de todas las Cajas intervenidas devolviesen a la máxima celeridad las decenas y decenas de millones que cobraron, no por gestionar una entidad financiera sino por ejercer de la voz de su amo, es decir, por complacer al irresponsable poder político de todo color.

“Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”, dijo el Rey. “Garantizamos que no volverá a ocurrir nada semejante” han dicho hoy los de Novagalicia. Aceptamos el tiempo verbal en futuro. Pero hay que exigir que el latrocinio del pasado se resarza en el presente. Por que si no, ¿de qué valen las disculpas?


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