Editorial del 19 de marzo de 2012

El bicentenario de la Constitución de Cádiz, encuentra una España democrática y moderna, que sin embargo, arrastra aún el fracaso colectivo de un país que sólo 2 años después de aquella magnífica revolución liberal, en 1814, volvió a rendir pleitesía y obediencia ciega al más nefasto rey de España, el horrendo Fernando VII.

Sin ánimo de aguar la fiesta de la lógica celebración de hoy, conviene recordar que el mismo país que gritó hace 200 años, ¡Viva la Pepa!, gritó solo 2 años después ¡Vivan las Cadenas!. Así saludaron la llegada de Fernando VII en carroza, carroza de la que por cierto, desengancharon a los caballos, para ser sustituidos por hombres en función de bestias de carga. Quisieron demostrar, así, que volvían a ser siervos del poder y que el liberalismo había sido solo una ilusión.

Así perdió España un tren que no volvió a pasar hasta 16 décadas después. En medio, el liberalismo fue la excepción; la norma fue el absolutismo, los regímenes autoritarios y las dictaduras. Mientras Europa prosperaba, España devolvió el poder al rey, el clero y la nobleza. Es una lección de la Historia que no debemos olvidar.


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