Editorial del 27 de febrero de 2012

Que el Tribunal Supremo haya absuelto esta mañana a Baltasar Garzón por aplastante mayoría de sus miembros -6 votos a 1- no parece la gran noticia del día.

Recordemos que el delito del que se le acusaba, el de prevaricación al declararse competente para investigar los crímenes del franquismo, fue el asunto que más incomodó a muchos y por el que, desde luego, más se ha hablado de Garzón en el mundo entero. La atención sensiblemente menor que se está prestando y prestará a esta absolución da verosimilitud a la idea de que lo importante era acabar con su carrera. Alcanzado ese objetivo, en el asunto de las escuchas en la Gürtel, parece que se impone la sordina porque mengua el interés informativo.

En la sentencia absolutoria de hoy queda de manifiesto que tal vez Garzón cometió algún error, pero por 6 votos a 1 del alto Tribunal, se considera que en ningún caso ese error llega a ser delito. Una sentencia parecida es la que muchos reclamaban para el tema de las escuchas. Lo hacían con tanta pasión como otros tanto anhelaban ver a Garzón fuera de la carrera judicial y sobre todo, fuera de juego para el resto de su vida.

Probablemente el propio Garzón hubiera preferido ser condenado en este juicio -el franquismo- y absuelto en el que se le condenó e inhabilitó -la Gürtel-. Todos sabemos por qué. El Supremo, también.


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