Editorial del 27 de noviembre de 2012

De los creadores de aeropuertos sin aviones, llegan las autopistas sin coches. Les cuento.

La primera regla del capitalismo reza que cualquier ciudadano debe tener libertad para invertir su dinero donde le plazca, ganar dinero –mucho, bastante o poco- sin que nadie le afee la conducta si va bien, y que asuma el riesgo de perder todo lo invertido si va mal. Es una obviedad, ¿verdad?. El que arriesga puede ganar o perder. Si se hace rico, es irreprochable y si se arruina, es su problema.

Bien, pues el ministerio de Fomento va a aumentar una de las líneas de ayuda a las autopistas de peaje ruinosas que están en riesgo de quiebra. Consiste en una cuenta de compensación para paliar la reducción de ingresos que esas autopistas registran por la caída de tráfico. Son 10, de las que la mitad ya están en concurso de acreedores. No es solo la crisis la que ha llevado a esa situación. Además fue la estupidez política la que las proyectó en paralelo a otras vías gratuitas. ¿El que puede circular por una vía sin pagar, opta por rascarse el bolsillo? Pues eso. La misma estupidez que, no contentos con aprobar un trazado absurdo, hizo unos cálculos de ingresos para las concesionarias imposibles de cumplir. Incluso en época de bonanza.

El gobierno ha tenido que presentar una enmienda a los presupuestos para poner dinero que consuele de sus pérdidas a las grandes constructoras que hay detrás de esas autopistas. No hay un céntimo para nada pero para ese rescate, sí. O sea, junto a los bancos ya hay otro sector que al parecer no se puede dejar quebrar: las autopistas.

Hay días que a uno se le pone cara de bobo.


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