Editorial del 18 de febrero de 2011

Se puede engañar a todos un tiempo limitado. O se puede engañar a unos pocos, siempre. Lo que no es posible es engañar a todos todo el tiempo. José María Ruiz-Mateos parece intentar ésto último. La historia de la segunda Rumasa empieza a parecerse mucho a la primera, y ambas se parecen también a esas estafas piramidales consistentes en conseguir dinero de unos que entran para pagar in extremis a los que quieren salir. Se habla de 5.000 pequeños inversores que depositaron la confianza en el nuevo grupo Rumasa. De nada sirvió que hasta 7 veces la Comisión Nacional del Mercado de Valores advirtiera del riesgo. Tampoco la OCU, tuvo suerte cuando llamó a la prudencia de los pequeños ahorradores.

La cruda verdad es que el segundo imperio de la abeja vuelve a desmoronarse, llevándose por delante a muchos incautos que no quisieron escuchar las advertencias.

Ruiz-Mateos, que es en la distancia corta un hombre entrañable, vuelve a apuntar a los bancos como los responsables de todos sus males. Y lanza un mensaje dramático a los que confiaron en él, “si no pudiera devolver hasta el último euro a nuestros inversores, me pegaría un tiro en la cabeza”, y añade, “si la fe que profeso me lo permitiera”.

El sarcasmo del azar ha querido que todo esto ocurra justo cuando se cumplen 28 años de la expropiación de Rumasa. Las portadas de hoy tienen como las de entonces a Ruiz Mateos como protagonista. El discurso parece el mismo, aunque en su rostro se ha cebado el paso del tiempo y del bótox.


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