Editorial del 15 de noviembre de 2010

Las campañas electorales existen para dar a conocer a los ciudadanos el programa de cada partido y así escoger con conocimiento de causa a qué siglas se entrega la confianza durante 4 años.

La candidez de esa supuesta funcionalidad de las campañas, se rompe, siempre sin excepción, cuando uno de los aspirantes se marca “una salida de tono”, o como se dice en ordinario, “mea fuera de tiesto”. Le acaba de ocurrir a Puigcercós, que no perderá puntos ante su electorado por decir que en Andalucía no “paga impuestos ni Dios”.

Ni perderán los que se le han tirado cuello, seguros de que toquetear la herida, también reconfortará a sus votantes. O sea, nada nuevo. La pregunta es cuánto nos ahorraríamos -y no hablamos de dinero si no de salud social-, si las campañas fueran suprimidas.


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