Editorial del 2 de diciembre de 2009

Una de las imágenes de la era Bush que ha quedado para la historia es la del inquilino de la Casa Blanca esquivando dos zapatazos mientras oía “este es el beso de despedida del pueblo iraquí, perro”.

Sólo la habilidad de George Bush impidió que la extraordinaria puntería de Muntazer al Zaide diera en el blanco, esto es en el rostro del hombre más poderoso del mundo.

El agresor fue condenado a tres años por aquella acción, aunque no llegó a uno el tiempo que estuvo en prisión.

Y ahora viene la torna, porque estaba ayer en Paris Al Zaidi, dando una conferencia sobre las víctimas de la guerra de Irak, cuando un compatriota periodista exiliado en Francia, le pagó con la misma moneda. Tampoco el zapato llegó a su objetivo aunque estuvo cerca. Si quién alcanzó la fama por su intento de agresión a Bush ha resuelto económicamente su vida y va por el mundo, incluso dando conferencias, justo es que pruebe la misma medicina. Ya tiene casa gratis, trabajo asegurado, ingresos extras y tratamiento casi de héroe en su país. Un zapatazo de vez en cuando no parece un precio muy alto por tan enorme cambio de vida.


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