Editorial del 13 de octubre de 2009

Un antiguo ritual del pueblo judío, consistía en la elección por azar de dos machos jóvenes de cabra. La suerte-mala, desde luego para los pobres chivos- decidía cuál de los dos era el bueno y cual el que cargaría con todas las culpas del pueblo judío. El bueno era sacrificado y ofrecido a Yahvé, y el malo, conocido como chivo expiatorio, era abandonado a su suerte –mala, otra vez, por supuesto- en mitad del desierto. El pueblo le despedía con insultos y se quedaban muy aliviados y ligeros de pecado.
En el ámbito de la sociología, chivo expiatorio es también aquella persona con cuya defenestración se alivia la frustración o malestar del grupo.

¿Les suena todo esto?

Ricardo Costa ha leído un comunicado en el que dice que “no le parece justo” ser un chivo expiatorio. Y, si todo lo que ha dicho esta mañana es verdad, Costa casi inspira ternura y compasión. Pero el grupo nunca entiende ni de la una ni de la otra. Al contrario, parece que la resistencia a no aceptar su mala suerte, le convierte en enemigo a batir. La veda se ha abierto: pobre Costa. Le van a dejar sólo en el desierto y le van a despedir con insultos.


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