Editorial del 7 de julio de 2009

Parecía que la historia del imputado feliz no se podía repetir, pero se ha repetido: Camps ha confesado hace unas horas estar “muy contento” por cómo va su proceso judicial. “Apenas faltan dos escaloncitos”, ha añadido. En realidad le sobra la mitad. El único escaloncito que le queda a la primera autoridad de Valencia es que se archive lo que hace unas semanas era, solamente, maldad del juez Garzón, y luego, ya en el tribunal valenciano, una alegría tras otra. No se recuerda ningún imputado tan feliz como Camps. Ni amigas tan fieles como la alcaldesa, Rita Barberá, que ha comparado los trajes de Milano con las anchoas que Revilla le lleva a Zapatero cuando acude a Moncloa. En el fragor de la defensa, Doña Rita ha establecido una comparación que ni el juez tiene aún clara: los trajes de Camps son tan de regalo como las anchoas de Zapatero.

¿No habíamos quedado en que la presunción de inocencia es fundamental? Si Camps dice que pagó en cash, habrá que aplicar el beneficio de la duda, salvo que el tribunal acredite lo contrario.
Con razón en Génova han mandado discreción.


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