Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 28 de septiembre de 2012

Pasar por separatista en Madrid y españolista en Catalunya es una excitante experiencia vital que, cuando no mata, alimenta enormemente la capacidad de supervivencia. Suele decirse que estar en esa especie de limbo o tierra de nadie genera una provechosa distancia crítica. Falso de toda falsedad: es extenuante. Muchos ciudadanos de Catalunya sabrán de qué hablo: ellos también se sienten a menudo puentes sobre aguas turbulentas. Pero ya se sabe que, en tiempos de guerra, los puentes son los primeros en ser bombardeados por cualquiera de los dos ejércitos.

En estos tiempos críticos, los hooligans no quieren actitudes tibias. No les basta el respeto escrupuloso a su posición, exigen adhesión inquebrantable. Un detalle de debilidad, esto es, cualquier razonamiento que pretenda explicar lo que no alcanzan a comprender puede saldarse con un exabrupto del tamaño de su intolerancia.

Se preguntaban hace un par de días, en uno de esos canales cafres, qué votaríamos los "charnegos" en un hipotético referendo en Catalunya. Les avanzo que nos tienen clasificados en dos grandes grupos, a saber, los traidores, también llamados "estómagos agradecidos", y los buenos patriotas, españoles por supuesto. Esos tipos, como decía el chascarrillo que corrió por las redes, provocan deseos irrefrenables de tatuarse la estelada en lugar visible.

Pero en España hay, sobre todo, millones de españoles de los que no apetece independizarse. Son, por ejemplo, esos viejos campesinos gallegos, castellanos o andaluces que se quedaron solos en las aldeas mientras los jóvenes emigraban a Catalunya en busca de otra suerte para sus hijos. Esos territorios son hoy mucho más prósperos gracias a una solidaridad interterritorial -también alemana- de la que muchos estamos orgullosos y a la que no quisiéramos renunciar. ¿Nos convierte eso en españolistas rancios? A ojos del sector hooligan, sin duda, pero acostumbrados a ser tildados de "estómagos agradecidos" por la hinchada mesetaria, comprenderán que no nos impresione lo más mínimo.

Estar en ninguna parte

En medio de la guerra de banderas, perplejos y en silencio para recibir lo menos posible, están infinidad de individuos sin más patria que la gente que quiere y sin otro deseo que vivir dignamente. Esto último, por cierto, se está poniendo difícil para miles de familias, pero no vamos a frivolizar con temas menores como las listas de espera para quirófano o los 'tuppers', ahora que tenemos entre manos un asunto tan serio.

Vienen tiempos apasionantes para los que tienen profundos sentimientos patrióticos. Tienen suerte. No saben lo incómodo que es estar en ninguna parte. Tal vez la solución a la metafísica de España --como calificaba Manuel Vázquez Montalbán a este eterno debate ibérico-- es la que apuntó sutilmente el 'president' Pasqual Maragall en aquel memorable artículo llamado 'Madrid se va'. Y no es otra que la independencia. La de Madrid.


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