Artículo publicado en la sección 'Al contrataque' de la edición del día 21 de diciembre de 2012

Miserables, insolidarios, mentirosos, interesados, privilegiados. Así son en España los mineros, los maestros, los médicos, los profesores de universidad, los jueces, las enfermeras, los abogados, los fiscales¿ No digamos los sindicalistas y los funcionarios. Ninguno de esos colectivos quiere otra cosa que su bienestar y su remuneración, aun a costa de dejar sin comer a un compatriota. En un país donde cinco millones de personas carecen de trabajo, tienen la osadía de reclamar derechos del siglo pasado, rodeados como están de individuos que los han perdido todos.

La estrategia es descarada y siempre la misma. Cuando un colectivo profesional sale a la plaza pública con armas tan subversivas como la pancarta o las camisetas de colores, se extiende el miedo en los despachos con moqueta. El riesgo de que la opinión pública simpatice con sus reclamaciones y se ponga de su parte es un peligro que hay que conjurar con destreza y celeridad. Desprestigiar y deslegitimar a esos profesionales es el camino, y si de paso se siembra el odio del agravio comparativo entre los que tienen menos o nada, mejor aún. El miserable envidia al pobre, el pobre al que va tirando y el que va tirando al de clase media. Las élites dominantes siempre han buscado la división de la gente para impedir que se organice, sobre todo porque, en sistemas democráticos, no se puede enviar a la policía a que te saque un ojo. Si acaso sería un accidente. Son los juegos del hambre contemporáneos. Mientras en la arena se producen las cornadas, la grada observa complacida y toma precauciones para no ser salpicada.

A los mineros se les acusó de estar malcriados por la subvención y por empeñarse en llevar la vida padre bajo tierra. De los maestros dijeron que nos engañan cuando muestran preocupación por nuestros hijos. En realidad solo buscan trabajar aún menos. Los médicos, por su parte, disimulan sus intenciones hablando de pacientes cuando la verdad es que no quieren ser privatizados para no perder privilegios. Lo mismo que los profesores universitarios y los funcionarios en general, unos parásitos que deberían comprobar el frío que hace en la empresa privada. ¿Y qué me dicen de los jueces y su enorme mezquindad? Ellos querían las tasas... ¡para meterlas en su plan de jubilación! Por no hablar de los abogados, esos buscapleitos que dicen preocuparse por la indefensión del ciudadano cuando solo quieren sacarle la pasta de recurso en recurso.

Perder el respeto

Hay sin duda funcionarios golfos, maestros caraduras, médicos impresentables, jueces que dan miedo y abogados delincuentes. Pero extender las sospechas y el juego sucio sobre todos los miembros de un colectivo es peor que una mentira, es un error. Si la única forma de desactivar los conflictos es provocar la falta de respeto social a quienes los protagonizan, que no se quejen los que echan leña al fuego cuando a ellos se les pierda también todo respeto. Si es que conservan alguno.


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