Llevan juntos 20 años y, como algo había que hacer para celebrarlo, estos maestros en atrapar la cotidianidad han montado un espectáculo que es una ceremonia del recuerdo. La liturgia consiste en jugar con la memoria: ponen en bandeja sus cinco montajes -Manicomic, Èxit, Slastic, Terrífic y Entretrés- y el público, al entrar, escoge mediante una encuesta qué sketchs quisiera volver a ver. El éxito comercial de estos caballeros es la prueba del algodón: en España, en contra de lo que parece, puede hacerse humor inteligente. 

¿Necesitaban un pretexto para sucumbir a la tentación antológica? 

A pesar de las teorías en contra de los números redondos, 20 años de teatro es una cantidad de tiempo suficiente como para celebrarlo. 

Están en pleno sondeo demoscópico por España. ¿De qué se acuerda el respetable?

No solamente de nuestros hits, para algunos es una catarsis: recuerdan qué les pasó cuando los vieron. Nos dicen: "En Manicomic tenía novia, en Slastic me casé. Ahora estoy divorciado".

¿Han descubierto que los adultos, como los niños, cuando más gozan es cuanto más conocen el cuento?

Es exactamente lo mismo. Siempre queremos volver a ver o escuchar lo que más nos gustó.

Previo a la llegada del éxito suele aparecer algún bobo que sentencia: "Dedíquese a otra cosa". ¿Existe tal personaje en el currículo de Tricicle?

Pues sí. Uno era y es un crítico muy respetado. La otra es una amiga a la que hicimos un pase antes del debú. Dijo: "Es horroroso". No hemos vuelto a pedirle a nadie su opinión.

Pasaron de herejes del mimo a creadores de estilo propio. ¿El éxito es lo único que da la razón?

Nuestra formación fue muy academicista, el mimo frío y técnico. Para nuestros compañeros éramos terroristas: hablábamos, gritábamos... Decían: "Esto no es mimo". Luego, muchos se apuntaron.

¿Por qué no existe una palabra castellana con que llamar al gag?

Es verdad. El gag podría definirse como la mínima unidad de humor. Pero llamarlo así es un poco largo.

¿Por qué lo que nos aburre en la vida nos divierte en el escenario?

Somos cronistas de lo más cotidiano. A la gente le gusta verse reflejada, sobre todo ver reflejado al vecino, por eso se ríen de las cosas que les pasan a los demás.

Su recreación del mundo de los aeropuertos en Èxit, ¿no habría mejorado de inspirarse en la era Arias Salgado?

Hemos incorporado algunas salgadas al sketch de las azafatas. Una, por ejemplo, dice que los aviones llegan y despegan a su hora. Es un gag muy celebrado por el público.

La risa, ¿es el orgasmo de la inteligencia?

Más bien la ironía. Hay humor poco inteligente con el que algunos se ríen mucho. Sería un orgasmo feo.

¿Nunca se han encontrado con una platea de frígidos?

Una vez en Burgos, hace 18 años, hubo un silencio sepulcral durante la obra. Al final hubo un gran aplauso. Cada público tiene su respuesta. No es lo mismo actuar en Alemania, Japón o un país latino. No es igual el público de fin de semana que el del viernes, o el del jueves, que es más pijo y se ríe menos.

Un país que desde El lazarillo se ríe de minusválidos y toda desgracia ajena, ¿cómo es que ríe también ante sus gracias inofensivas?

El humor de España tiende a machacar, sobre todo a personajes conocidos. La sorpresa que se llevan con nosotros es que se ríen de cosas cotidianas, familiares para todos.

No trabajan con el escarnio, tejen con sutileza. ¿Su público es más listo que el de otros?

Tenemos muchos niveles de lectura. Desde la del niño de cuatro años que puede vernos porque hay caídas y movimiento, hasta la del más inteligente, que capta la mayor de las sutilezas.

Un famosísimo humorista me confesó su abandono del género el día que descubrió que su hijo se avergonzaba ante los amigos. ¿Entienden ese síndrome?

El humor camina por una línea muy delgada que separa lo genial de lo grotesco. Si te desvías puede ser hasta patético. Cuando salimos con un pañal, la gente afortunadamente ve a tres bebés, no a tres tíos peludos haciendo el ridículo.

¿Superaron algún trance freudiano el día que decidieron representar también papeles femeninos?

Nuestras mujeres no mariconean, son mujeres. No están amaneradas, son sobrias. El modelo lo encontramos en los Monty Pyton, hacen de mujeres de un modo natural.

¿Cuántas palabras hay que invertir en crear un buen espectáculo mudo?

Infinidad. Lo que más hacemos es hablar. Cuando preparamos un espectáculo nos pasamos meses sólo hablando.

¿El lenguaje no verbal siempre puede suplir a las palabras?

Hay que dar vueltas, dar mucha información antes. El lenguaje gestual es extensísimo, pero siempre es insuficiente.

Hay personas físicas y personas jurídicas. Ustedes, ¿qué son?

Por el trabajo que hacemos somos, sobre todo, físicas.


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