Le gustan las palabras, se nota; por eso, cuando las encuentra, las saborea. Carmen Martín Gaite prefiere recordar el vocablo justo a buscarlo en el diccionario. Prodigios de su "cuarto de atrás", ese rincón de la memoria en el que se almacenan para siempre los episodios de la vida. Admira la prosa que no parece poner énfasis en lo que dice. "A veces, de la claridad surge mucha tiniebla", dice. O sea, lo profundo contado con sencillez. Así es su narrativa.

Sus personajes suelen hablar mucho. ¿Cree que el instinto de conversación supera, a veces, al de conservación?

A veces, en la vida se habla de más; en cambio, en la literatura, el lector lo agradece. Todos los que empezaron a escribir en mis tiempos metemos mucha conversación. Será porque sabemos escuchar.

Todo lo que ha escrito, ¿lo ha escuchado antes?

La experiencia viene de lo que te han contado, de lo que has visto, de lo que has oído o de lo que has soñado.

¿Qué puede decir de bueno de la soledad?

Es triste cuando es forzada, pero es imprescindible en ciertas dosis, unas horas al día. Si fuera médico, lo prescribiría.

Dicen de usted que tiene alma de periodista. ¿Existe tal cosa?

Los periodistas van tan deprisa que, aunque quieran, no pueden escuchar. Sí es verdad que yo tomo notas de lo que veo, pero lo que a mí me llama la atención no suele ser lo que se la llama a ellos.

Un buen escritor ¿quiere ser escritor?

No, lo que quiere es escribir. El otro es el que sueña con venir retratado en el periódico.

¿En qué se diferencia la memoria de un trastero?

Del trastero, un día harta, puedes tirar al fuego cualquier cosa. En la memoria, guste o no, nada se consume. Puedes mudarte de casa, de vida... Allí están siempre todos los trastos, en el cuarto de atrás.

Hay jóvenes antiguos y gente como usted que no pierde nunca la modernidad. ¿Nos cuenta?

La moda cambia tanto, que el que quiera seguirla lleva más las de ganar si no se mueve. Yo nunca he cambiado de estilo, así que cada cuatro años estoy de moda.

Entre sus electrodomésticos, ¿sigue sin aparecer "la ordenadora", como usted la llama?

No. Yo sólo me reconozco en mi letra, por eso escribo siempre a mano. Mi letra es un espejo en el que veo lo mismo que veía. Un amigo acaba de enviarme unos cuadernos míos de finales de los cuarenta, y mi letra es ahora exactamente igual que era entonces.

Los cambios profundos ¿siempre dan vértigo?

Bueno, en el constante carrusel da sosiego comprobar que no todo cambia.

Nunca se ha metido en polémicas. ¿Está segura de que eso es una virtud?

La polémica se basa en dos cosas, o en poner la zancadilla a alguien o en intentar parar un gol. Yo, goles sí paro, y además no necesito a nadie, yo sola. No soy la ovejita lucera.

En tiempos de tribulación, ¿mejor no hacer mudanzas, que decía la santa?

En momentos de zozobra grande, cualquier cosa que hagas puede ser equivocada. Es mejor no manotear contra el tiempo, sino dejar que sea él, siempre más sabio, el que haga de ti lo que quiera.

¿Lo literario casi nunca es bueno para ser vivido?

No hay una alambrada de pinchos entre la vida y la literatura. A veces pasamos del sueño a la realidad a la pata coja. Los niños, por ejemplo, no mienten, rectifican con su fantasía lo que no les gusta.

A los 18 años, ¿ya sabía usted que jamás se teñiría el pelo?

No, pero sí es verdad que viendo el pelo blanquísimo de mi madre, con aquellas ondas, no entendía por qué se tenía uno que teñir el pelo. Una vez, en Nueva York, una mujer me preguntó por la calle dónde me habían puesto el pelo así.

¿Le contestó que le había costado mucho esfuerzo conseguirlo?

No, le dije que, si tenía prisa, no se lo podía contar.


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