Julia Otero, periodistaEl País, 15 de agosto de 2004

Desde su condición de periodista conoce los obstáculos que una mujer necesita franquear para estar en la primera línea de su profesión. Veterana de los medios audiovisuales, defiende su independencia al margen del color político del Gobierno o la propiedad que controle el medio en que trabaja

Arcadi Espada

Julia Otero, respondiendo a las preguntas en el despacho de su productora barcelonesa, ojo avizor.

Pregunta. ¿Le parece a usted que las mujeres hacen las mismas preguntas que los hombres?

Respuesta. Creo que sí. Aunque es cierto que las mujeres tenemos otro tipo de preocupaciones. Pero no hemos sabido contaminar con ellas a los hombres. Y solemos reprimirnos, tal vez por una preocupación a feminizar en sentido negativo nuestro trabajo. En mis entrevistas hace mucho tiempo que pregunto a los ministros cómo compaginan la vida familiar con la vida laboral. Una pregunta que un hombre no haría a un ministro, pero que hace, tan campante, a cualquier ministra. Yo no hago discriminaciones cuando pregunto. En realidad, ¿sabe?, creo que los que hacen discriminaciones son mis colegas masculinos.

P. Tal vez es que no hay nada que compatibilizar y se evitan, por obvia, la pregunta.

R. Estoy completamente segura de eso que dice. Es más: los hombres con poder se pueden permitir la vida que llevan porque la intendencia familiar queda a cargo de las mujeres. Observe el Gobierno español: ocho hombres suman veinticuatro hijos; ocho mujeres suman cinco hijos. Luego está la soledad. Las mujeres que han llegado a lo más alto suelen estar solas. No es el caso de los hombres.

P. ¿Usted cómo compagina?

R. Sufriendo, como todas.

P. Dice que no hay contaminación femenina en el discurso de los medios. Pero hay quien interpreta, por ejemplo, que la mayor presencia de noticias sobre violencia doméstica, y también su tratamiento, está relacionada con la mayor presencia de las mujeres en las redacciones.

R. Lo que pasa en el periodismo es lo que pasa en la sociedad. No es que haya más mujeres en las redacciones. Es que hay más mujeres en todas partes. Es evidente que la influencia se nota. La aberración moral que consistía en considerar la violencia doméstica como un asunto interno, privado, esto que cuando yo de pequeña oía una bronca por el patio y me decían huy, huy, cosas de vecinos... ; esto, por fortuna, ha cambiado. El periodismo se ha impregnado de este cambio social. No creo que el periodismo haya ido, en este sentido, por delante de la sociedad. No hay mujeres en los puestos directivos de los diarios. En el mundo de la información hay mucha resistencia a que las mujeres ocupen lugares de responsabilidad. También es verdad que las mujeres tienen una conciencia de sus límites mucho más grande que la de los hombres. Yo he visto a pocos hombres que renunciaran a trabajos de responsabilidad por no sentirse preparados. Hombres, incluso, que objetivamente no estaban en absoluto preparados para lo que les ofrecía. Más claro: que eran unos perfectos imbéciles. En cambio las mujeres renuncian con gran facilidad. Saben lo que supone para ellas un paso en falso.

P. ¿Cree usted que los hombres están especialmente interesados en perjudicar a las mujeres?

R. Bueno... usted quizá no esté interesado. Otros hombres, quizá tampoco.

P. Ya.

R. No sé, pregúntele a su director por qué no nombra más mujeres en puestos de responsabilidad.

P. Quizá no le cuadre lo que tiene a mano.

R. Mire, estadísticas cantan: no hay mujeres en los medios. Un empresario de los medios es sobre todo un empresario y los criterios empresariales acaban imponiéndose. Por razones de productividad y de rentabilidad, a veces mal establecidas, se piensa que un hombre, debido a que su carrera es compatible con su fertilidad, será más adecuado para un determinado trabajo. Una mujer a los treinta años, por muchos masters que tenga y muy bien preparada que esté, siempre será observada como un factor de peligro. Porque con treinta años es bastante probable que quiera embarazarse. El hombre de treinta años tiene más ventajas.

P. La mujer tiene otras. Hay trabajos donde se las prefiere. Por ser mujer. El asunto del aspecto físico es paradigmático, aunque pueda ser humillante.

R. La misoginia del siglo XXI es ésta: se dictamina que las mujeres sean eternamente jóvenes y eternamente delgadas. ¡Que compitan bien en el trabajo, que sean buenas madres y que estén famélicas!

P. ¿Y quién dicta esas disposiciones?

R. Bueno, si me pregunta por una confabulación planetaria contra las mujeres, la verdad es que no la veo. ¿Quién dictó la moda de las mujeres famélicas exhibiendo un aspecto incompatible con la salud... ?

P. ¿Quién?

R. Yo tampoco lo sé. Pero, vamos, es que me parece una evidencia absoluta. ¿Usted se pregunta siempre quién dicta las modas en todos los ámbitos?

P. Bueno, conviene preguntarse a quién beneficia el mal.

R. Es que estas respuestas en forma de pregunta que usted me está dando son las propias de un misógino. Perdóneme, pero es así. Yo no sé a quién beneficia que las mujeres estén delgadas. Pero sí sé que no nos hace ningún bien. Y que nos machaca. En fin, lo que a mí me preocupa ahora es lo que haga usted con esta entrevista.

P. ¿Por qué?

R. Es un tema de la prensa escrita que siempre me inquieta. En una entrevista en directo, en radio o en televisión, este diálogo se ve. Y la gente decide quién tiene razón, si hay una controversia. En qué matices uno u otro...

P. Usted revisa el texto y así limitamos el mal en lo posible.

R. Entiéndame...

P. Es una práctica normal. Que sólo se puede hacer en la prensa escrita.

R. Muy bien. No es tanto que usted pueda escribirla a favor suyo, como en contra mío. Pero, bueno, quiero acabar con la cuestión de la delgadez. Hace tres meses un diseñador francés que debía venir a mi programa impuso que las modelos debían desfilar vestidas con la talla 34. ¡La talla 34 para mujeres de un metro ochenta! Cuando me enteré me opuse y el diseñador no vino. Y lo dije públicamente en el programa. Una mujer con la talla 34 sólo puede ser una enferma. Digo esto porque los medios deben empezar a tomar cartas en el asunto.

P. ¿Quién era el diseñador?

R. No viene al caso. Ya lo dije en su momento

P. Era para denunciar el poder masculino, en lo concreto.

R. A muchos diseñadores no les gustan las mujeres. A algunos no les gustan sexualmente. Y a un diseñador que no le gusten las mujeres... que las trata como seres asexuales...

P. ¡A ver si va a tener usted prejuicios homófobos!

R. No, en absoluto. Esto lo dicen algunos de sus compañeros. Y es natural. En fin, no creo que pueda diseñarse ropa, para hombres o para mujeres, haciendo abstracción de que sean o no un objeto de deseo para el que diseña.

P. Asunto delicado.

R. Pues sí, es un poco delicado. Pero, ¿qué pasa? ¿No se puede tratar el tema? ¡O sea, que el lobby gay a usted sí le da miedo!

P. Mucho miedo.

R. Ésta es la cuestión. Que a usted le da miedo el lobby gay, y, en cambio, no teme al lobby femenino. Pregúntese por qué.

P. Bien.

R. Le diré más: hay algunos hombres a los que las mujeres sólo les interesan sexualmente. Lo que quiere decir que tampoco les interesan nada. Ese tipo también abunda entre los diseñadores.

P. Yo volvería a un asunto que quedó pendiente. El mundo narrado por hombres o por mujeres. La literatura o el periodismo específicamente femeninos. ¿Le parece que eso existe, que tiene sentido?

R. Tengo mis dudas. Siempre que añadimos a un sujeto la palabra femenino o femenina es para mal. Si hablamos de literatura femenina no es frente a la literatura masculina, sino frente a la literatura. O sea, frente a la buena, la universal. En el caso de la comunicación, también. ¡Hace tanto tiempo que el adjetivo femenino, añadido a lo que sea, lo que busca en realidad es denostar... , que yo en cuanto lo oigo me pongo en guardia! No me fío. Porque son los hombres los que ponen el adjetivo femenino a las cosas. Eso más allá de que, como le decía antes, las mujeres tengamos preguntas y respuestas específicas.

P. Usted ha trabajado en la empresa pública. Ha trabajado con el pujolismo y con el socialismo. ¿Con la misma comodidad?

R. No me haga usted escoger. He tratado siempre de seguir criterios de profesionalidad. No he sufrido demasiadas intromisiones. Demasiadas, digo. Algunas sí porque no hay periodista que no las haya sufrido, y el que lo niegue, miente.

P. ¿Hay diferencias entre la derecha y la izquierda?

R. La derecha es poco sutil. Parece importarle poco. A veces te colocan en una situación sorprendente: ¿Pero es verdad lo que estoy escuchando?, te preguntas. La izquierda tiene mala conciencia y está obligada a ser algo más sutil, más tortuosa.

P. ¿Qué piden los políticos, concretamente?

R. Es difícil de decir...

P. A ver si podemos precisar en qué consiste una intromisión típica.

R. Por ejemplo: pueden discutirte si es conveniente o no llevar un invitado concreto al programa. Es una de las presiones típicas. A mí me interesa mucho la política y no he querido prescindir de ella ni siquiera en un programa de tarde. Y he tenido que discutir ausencias y presencias. En una empresa pública la política no puede ser tratada con criterios estrictamente profesionales. Como se trata de una empresa de todos, hay que respetar escrupulosamente las proporcionalidades, estas cosas. Y cualquier acción, cualquier entrevista a un político te obliga inmediatamente a una reacción. O sea que has de pensártelo mucho cuando empiezas a mover esa rueda. Ahora bien, presiones empresariales en la esfera privada también las he recibido, porque el brazo de la política cada vez llega más lejos.

P. ¿Alguna significativa?

R. Sí, yo recuerdo muy bien cuando la ONCE, propietaria de Onda Cero, me pidió que despidiera a Xose Manuel Beiras, que era tertuliano en mi programa, porque la ONCE aspiraba a tener licencias de radio en Galicia y el señor Fraga les había hecho saber que, o echaban fuera a Beiras, o no tendrían una sola licencia de radio. En aquel momento pude haberme ido de la empresa, lo cual me habría convertido en un héroe de cinco minutos para muchas personas, aunque al precio de dejar sin sostén a mi familia y a todo mi equipo durante una larga temporada. O bien, pude asumir yo misma la decisión, dándole a Beiras como excusa una falsedad cualquiera. Lo que hice fue confesarle que yo no podía ir en contra de los intereses de la empresa que me pagaba a fin de mes, pero que era la empresa la que tenía que asumir públicamente el coste de la decisión de echar a un tertuliano por semejantes razones.

P. ¿Y bien?

R. Bueno, me llamaron los periodistas y yo les expliqué que la empresa había echado a Beiras en contra de mi criterio. Y él, desde luego, tampoco se mordió la lengua. Incluso se medio enfadó conmigo. Él no acabó de entender que yo... Pero, en fin, ¿qué podía hacer yo, salvo irme a casa?

P. Decía usted que la izquierda tiene mala conciencia a la hora de entrometerse.

R. Es que la izquierda sabe que entrometerse no está bien hecho. Por esa razón sabe influir menos en los medios.

P. Y la derecha no lo sabe. La derecha es cínica, cree usted.

R. La derecha es cínica. La derecha va a por todas. Ella se traza un objetivo y pregunta qué se ha de hacer, y lo hace sin más.

P. ¿En esta derecha incluye usted al pujolismo?

R. Sí, con la salvedad de que la derecha catalana tiene poco que ver, afortunadamente, con la rancia derecha española. Por otra parte, yo no soy una persona que haya trabajado mucho con el pujolismo.

P. ¿Cuántos años ha trabajado en TV-3 mientras gobernaba Pujol?

R. Casi cuatro. Pero lo que quiero decir es que TV-3 ha sido una televisión transversal. Una televisión estrictamente pujolista no habría llegado a ser líder de audiencia. Yo he trabajado con bastante libertad. No sé los otros, no sé la gente de informativos, pero yo he trabajado cómodamente. Más cómodamente en estos últimos años, desde luego, que en mi primera etapa en TV-3, en la época de los Juegos Olímpicos. En estos últimos años, TV-3 ha reflejado mucho mejor el país real. Ese país que es Martí Pol y que es Estopa.

P. ¿Qué opina de la política informativa del tripartito catalán?

R. Hummm... Cuando has de repartir poder y has de crear una cultura de gobierno basada en pactos se han de limar muchas cosas. Durante mucho tiempo. Si a esto se añade las campañas electorales, que convierten a los partidos en máquinas electorales, hombre, pues la verdad es que aún no se puede hacer un diagnóstico del tripartito. No ha podido actuar con normalidad democrática. Desde el primer día ha habido mucha gente obstinada en poner palos en las ruedas. Ahora bien: creo que es muy importante que se haya dado la alternancia. Que se haya demostrado que era posible un cambio de Gobierno.

P. Concretando sobre la política informativa del tripartito, ¿le parece que es una muestra de la sutileza de la izquierda?

R. Una sutileza chapucera, torpe, absurda e inútil de la izquierda. Sí. A veces querer ser sutil da estos resultados. La grosería más flagrante. Es difícil argumentar esto. Y es un poco heavy que lo tenga que hacer yo. Pero, en fin, que un antiguo responsable de comunicación de Convergéncia, como el señor David Madí, haya podido atreverse a dar lecciones de democracia y libertad de expresión en el tema de los medios me parece de un cinismo espectacular. Las andanzas de este señor en materia de comunicación nunca han salido en letra gruesa en los diarios. Pero, en fin, es un tema muy delicado. El presidente Maragall y su consejero Bargalló se equivocan amonestando a los medios. Pero lo que dicen y donde lo dicen... , equivocándose mucho, digo, equivocándose mucho, interfieren mucho menos, ¡pero mucho menos!, que lo que hacían los otros. El problema del tripartito es que no han sabido utilizar esos intermediarios que actúan con absoluta impunidad, sin dar titulares. No estoy diciendo que me parezcan bien esos intermediarios. Pero no hay que chuparse el dedo. Aunque parezca una paradoja, la intervención de Maragall en los medios es fruto de su buena voluntad. Ellos han pensado que de ninguna manera pueden crear figuras que manipulen e intervengan sibilinamente. Y han dicho que a ver por qué no ellos, en un momento determinado, pueden hacer comentarios sobre el funcionamiento de los medios, en tanto que ciudadanos. Torpeza política, desde luego. Pero producto de una buena intención.

P. ¿Le parece que los medios están a la altura de su capacidad de influencia?

R. Creo que no. Hay un cierto malestar general ante el funcionamiento de los medios. Un malestar muy generalizado ante este circo. Lo expresan los ciudadanos y también los políticos.

P. ¿Circo? ¿Así lo cree?

R. Pues, mire, sí. Un circo casi absoluto. No sé si soy una pesimista o una realista informada, que diría aquél. No sé, pero me parece todo bastante circense. Da mucho miedo cualquier discurso que dure más de dos minutos. No hay respuestas largas. Todo son eslóganes. Titulares. Y en fin: todo se quiere picadito y con mucho ritmo. Ésta es la única frase del libro de estilo de la televisión actual. Picadito y con mucho ritmo. Por cierto: la prensa no se salva de este estilo. Cada vez es más difícil encontrar trabajos periodísticos de alcance, de largo recorrido. La verdad es que yo preferiría que los diarios no se obsesionaran tanto con la síntesis. No es que yo compre un diario precisamente por la síntesis. Ya me la haré yo, la síntesis.

P. ¿Qué oficio prefiere para que la identifiquemos?

R. Hummm... Periodista... Sí, ponga periodista si quiere... aunque tengo dudas.

P. Periodista con dudas.

R. Ja, ja. No. Yo me gano la vida como periodista. De manera que... ¿Es que sabe lo que pasa? Hay mucha gente que se llama a sí misma periodista Entonces, alguien debe de estar equivocado. Yo veo alguna gente que me dice que se dedica a lo mismo que yo... y la verdad, insisto, alguien se está equivocando aquí. Quizá sea yo.

La vuelta a TVE

Julia Otero recibe en Palma de Mallorca un premio radiofónico en 1994JULIA OTERO (Monforte de Lemos, 1959) prepara estos días su próximo programa en Televisión Española. Las buenas gentes del ente le dijeron en los primeros tanteos que sólo se preocupara por la calidad y por la bonita factura de las cosas, pero la señora Otero lleva demasiado tiempo en el oficio como para ignorar que la presión del beneficio aumenta a medida que el debut se acerca.

El debut será en octubre y la palabra audiencia ya ha salido en agosto. En cualquier caso, su vuelta a Televisión Española viene apalabrada por cuatro temporadas de éxito en la televisión catalana: su programa de tarde, La columna, logró pasar con el favor de la afición la prueba de ese horario temible donde suelen transcurrir los minutos más babosos del día.

Detrás de La columna hay una larga y tenaz carrera, que ocupa radio, televisión y algunos escarceos en la prensa. En cuanto a la vida, hay anotado un peligroso y precoz tête-à-tête con la muerte que la llevó seis veces al quirófano y en el que aprendió lecciones definitivas sobre la fragilidad y la dureza, los materiales que forman su canto.


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