Entrevista publicada en el número de octubre de 2002 de la revista Marie Claire

Por Lourdes Garzón

INTELIGENTE Y COMPROMETIDA, LA DIRECTORA Y PRESENTADORA DEL PROGRAMA DE TELEVISION “LA COLUMNA”, DE TV3, HA RESGUARDADO MEJOR QUE NADIE SU VIDA PRIVADA. POR UNA VEZ NOS DEJA ECHAR UN VISTAZO. 

No hay entrevistador que no dedique las veinte primeras líneas a contar si Julia es más rubia o menos rubia, más alta o menos alta, más delgada o menos delgada; en fin, más Julia o menos Julia de lo que ellos suponían. Un afán descriptivo y una preocupación por centímetros y mechas que uno no se espera ni se imagina alrededor, es un decir, de lñaki Gabilondo o de cualquier otro periodista influyente, respetado y líder de audiencia. «Cosas de la diferencia de género; con los chicos todo es distinto», sonríe Julia, que presume de feminista y en cuanto puede lo practica.

Pues sí, y, probablemente, escasez de material, porque Julia Otero a los veintitantos, cuando ya tenía una audiencia de seis o siete millones de espectadores, se empeñó en resguardar casa, familia, pareja y lo que fuera con una constancia y una cabezonería que mantiene hasta ahora y a la que se han rendido hasta los directores de las revistas del corazón. Visto que no hay manera de hacer literatura con la tapicería de su sofá (desconocida), los libros desperdigados por el salón (secretos) o las fotos de ex novios (secretísimos), nos agarramos a lo que podemos y, además, tendemos a pensar que no tiene ni sofá, ni salón, ni novio. Ya se sabe, lo que no se enseña, no existe.

Error, porque Julia Otero tiene todo eso y más: tapicería, salón y pareja, además de uno de los magacines más originales de la televisión, criterio, punto de vista y muy poca paciencia para las relaciones públicas y las componendas que se suponen aconsejables en esta profesión. Por cierto, ¿que cómo es Julia? Pues más alta de lo que creíamos, regular de rubia y muy, muy lista.

Marie Claire: ¿Con el tiempo se ha tranquilizado usted tanto como su peinado?

Julia Otero: No, al revés; pero la impostura también se aprende.

MC: He leído una entrevista en la que usted tenía veintipocos años y estaba en pleno éxito televisivo. Sonaba entusiasmada, paciente y muy modosita. ¿Se reconoce?

JO: No, claro que no. Eso querría decir que la vida ha pasado de puntillas... Los años sirven para aprender que, hagas lo que hagas, nunca puedes complacer a todo el mundo, que implicarse significa crearse enemigos. No sólo no me importa, sino que apuesto por eso. La gente light, la que, por no molestar, no opina, no se moja, no me interesa.

MC: Así que ahora presume de enemigos. ¿Alguno del que se sienta especialmente orgullosa?

JC: Me gustaría que demostraran más solvencia intelectual. Ya conoce ese tópico que dice que nos califica tanto el nivel de nuestros amigos como el de nuestros enemigos. Y no tengo ninguno a quien mimar en su condición de enemigo. Con el tiempo también te das cuenta de que cuando llegan momentos para la revancha, ya no te apetece.

MC: Lo dice por experiencia.

JO: Bueno. A quien me contó en agosto de 1999 que había sido despedida de Onda Cero, el que hizo el trabajo sucio, también le echaron hace un año. Y ya me dio igual.

MC: Usted, en ese momento perdió mucho poder. ¿Cómo se acostumbra uno a eso? 

JO: Lo más doloroso, con diferencia, fue ver cómo se hacía añicos mi equipo. Hubiera podido dejarme tentar políticamente, tuve ofertas concretas... y propuestas profesionales que en ese momento ya se veía que serían éxitos de audiencia, como «Gran Hermano»... Pero creo que hice bien marchándome un año a mi casa.

MC: ¿Qué llamada de teléfono echó de menos entonces? 

JO: La segunda de Josep Piqué, que entonces era ministro portavoz. Me llamó unos días después para decirme: «Bueno, me entero de lo que ha pasado y volvemos a hablar». Hasta ahora. Otras me sorprendieron gratamente, como la del vicepresidente Álvarez Cascos, Me recibió en Moncloa para dejarme muy claro que le parecía un error de bulto.

MC: ¿Lo de que con los malos momentos se aprende es una tontería que ha tenido que escuchar muchas veces?

JO: No es una tontería, es una putada. De todas formas, agradezco una cosa: no haber tenido que plantearme el dilema de «para mantener mi puesto de trabajo tengo que... ». Los periodistas caminamos sobre un filo peligroso. Por un lado está tu credibilidad y por otro el que te paga, que exige fidelidad y lealtad. 

MC: ¿Ha hecho muchos equilibrios en esa línea tan estrecha? 

JO: Sí.

MC: ¿Y alguna vez se ha sorprendido inclinándose hacia el lado equivocado?

JO: No. He llegado a la conclusión de que quien te contrata sabe por qué lo hace. Y yo entiendo que el cometido de los medios de comunicación es dar voz a quien no lo tiene. Los poderosos se defienden muy bien solos.

MC: Su programa «La columna» tiene dos «marcas de la casa». Esa forma de entender el periodismo y el atrevimiento de no incluir corazón. 

JO: Me apunto a las causas perdidas porque prefiero al débil Todos los temas relacionados con mujeres, por ejemplo, me interesan y las desigualdades me provocan reacciones que intento racionalizar porque son muy viscerales. En cuanto al corazón, bueno, predico con el ejemplo.

MC: Siempre ha presumido de feminista.

JO: Un buen día, en algún momento mi de mi adolescencia, oí la palabra feminismo, me enteré de lo que significaba y supe que sería feminista con carácter vitalicio. Me parece tan imprescindible que las mujeres ejerzamos el feminismo que me cuesta un gran ejercicio de tolerancia entender a las que no lo hacen.

MC: Hace poco publicamos una entrevista con Françoise Giroud, periodista y ex ministro francesa, en la que venía a decir que la sexualidad masculina es mucho más brutal que la nuestra y que no nos queda más remedio que aguantarnos...

JO: Pues quizá tenga razón. Durante muchas décadas se nos olvidó que somos profundamente diferentes. Yo no quiero igualdad, porque la consideraría una degradación. Quiero que ellos hagan un esfuerzo por feminizar el mundo. Éste es nuestro momento; ahora la historia nos viene de cara, empieza a valorarse que sepamos trabajar en estructuras horizontales y no jerárquicas. Y ésa es, probablemente, una habilidad genética.

MC: Y también la excusa que se suele utilizar para mantenemos alejadas del poder.

JO: Sí, también puede ser. Existe una teoría que explica esto en términos puramente hormonales. Se supone que las mujeres estamos preparadas para mandar, dirigir y ser el líder de un grupo a partir de los cuarenta, cuando hay una disminución de estrógenos, cuando nos masculinizamos.

MC: ¿Ha llegado usted a ese punto?

JO: No, pero es una teoría que tiene su lógica. Las mujeres empezamos a liberarnos de las cargas familiares a partir de los cuarenta y muchos. Hasta entonces, la mayoría tiene, forzosamente, que aplazar su ambición.

MC: No da usted la impresión de haber aparcado nada ni de haber renunciado a una pizca de ambición profesional.

JO: Soy ambiciosa y es una palabra que pronuncio sin miedo. A pesar de todo, creo que desde que nació mi hija sí he aplazado algunas cosas. Ahora he escogido la mejor opción profesional, en Cataluña.

MC: Es decir, la mejor opción profesional, dada su vida familiar. 

JO: Claro. En Madrid, en este momento, quizá habría tenido propuestas profesionales diferentes. Cuando estaba en la radio, los jefes me decían constantemente, que tenía que pasar en Madrid por lo menos dos o tres días por semana, asistir a encuentros con ministros, charlas, para cuidar mis fuentes... Y durante dos años lo hice, pero en cuanto nació mi hija dije se acabó, no me compensa.

MC: ¿Y cuándo aprendió que el éxito profesional podía ser un inconveniente, y muy grande, en una relación de pareja?

JO: Siempre he sido una chica del montón y hay un momento en el que te sientes más perseguida o más deseada de lo que tocaría. Entonces te miras al espejo y surgen un montón de inseguridades, Te planteas: «¿Soy yo o es la señora de la tele?». Son dudas que los hombres suelen resolver con mucha más facilidad, con un «mira, antes no me comía un rosco, pero ahora me ha tocado la lotería y voy a aprovechar».

MC: Así que usted no aprovechó.

JO: Al contrario, me volví mucho más recelosa. Muchísimo más. Si buscas discreción en un hombre, tienes que dedicarle tiempo y elegir bien, porque no es una certeza a la que se llegue en una hora. He tenido la gran suerte de elegir bien, porque ni una sola de mis parejas ha dicho nunca que lo fuera. Ni una sola.

MC: Con lo difícil que es no presumir.

JO: También podría presumir yo, y también me callo.

MC: ¿No le ha costado mantener relaciones de igualdad? A veces no es fácil aceptar que la mujer que tienes al lado es famosa, gana más dinero que tú...

JO: Hay muchas mujeres que pagan carísimo el éxito en casa. Yo no he pasado por ahí. La compañía o el amor son muy importantes, pero no a cualquier precio. He tenido suerte, ni siquiera se ha dado la circunstancia. Siempre hay una asimetría en el amor, uno quiere más que el otro; pero aceptado eso, el amor nunca me ha cegado.

MC: Tampoco parece usted de las que se contentan queriendo más de lo que las quieren a ellas.

JO: ¡Ah! La vida las da y las toma y está bien que sea así. Todo el mundo necesita que alguna vez le persigan y le quieran mucho y también que le abandonen. La gente que no ha sido nunca abandonada se vuelve insoportable. En fin, en cada momento toca una cosa u otra; además, es más justo. 

MC: Sigo pensando que la han abandonado más bien poco. 

JO: Quedan muchos años por delante.

MC: Nunca ha dado ninguna explicación sobre el padre de su hija. ¿Cuál ha sido la más incómoda de todas las especulaciones?

JO: Me ofendió que se dijera que me había sometido a una fecundación in vitro, pero a la vez me hizo gracia. He creado una barrera para defender mi privacidad porque no me siento obligada en absoluto a hablar de ella públicamente. Me doy cuenta de que la gente está tan acostumbrada a conocer los pormenores de la vida de los otros, que parece que si no los conocen no existen. Y no es cierto. Tengo una vida riquísima, de familia, y mucho más convencional de lo que se pueda imaginar. Mi familia está formada por un hombre, una mujer y la hija de los dos. Más claro, imposible.


También en el amor
Por Joana Bonet*

Apuesto, muy alto, debe de tener más de cuarenta y es médico. Se llama Josep. Lo conocí una tarde que vino a recoger a Julia después del programa con Candela, la hija de ambos. ¡Pero si existe! -le dije a Julia... -. Ya sabes que media España cree que lo tuyo fue como lo de Jodie Foster, un «in vitro». Nos reímos y comentamos esa especie de sospecha que cae sobre las vidas privadas de las mujeres fuertes, las que conjugan voz propia con independencia, credibilidad y éxito. Como si tuviera que fallar una pieza, como si no fuera posible que gozaran de la normalidad doméstica, desayuno con periódico, o domingos medio perdidos. Como si todo no pudiera ir bien, En el caso de Julia Otero se ha llegado a agrandar el mito de la sospecha hasta el absurdo. Si fuera por la industria del rumor, la Otero dispondría hoy del currículum sentimental más exótico del mundo, y me pregunto, ¿qué tiene que ver eso con ser una periodista brillante? Desde que fue madre, Julia consiguió escapar del cerco, amansar la fiera del negocio del cotilleo ajeno, acostumbrarse a la discreción como disciplina y no desmentir, callar. Un reto añadido al de ser una de las pocas mujeres periodistas que han sabido manejar el poder y la honestidad, el rigor y la belleza, el éxito temprano y la fama. «Para mí la fama ha sido un accidente químico», me decía hace más de diez años en una entrevista que me encargaron para el dominical de «El País», «algo comparable a la mezcla de las valencias, porque el carbono y el diamante tienen los mismos componentes, pero varía su composición». La química suele perseguir a Julia como si un foco invisible la iluminara siempre, también en el amor.

*JOANA BONET, DIRECTORA DE MARIE CLAIRE, ES COLABORADORA HABITUAL DE «LA COLUMNA», DE TV3.


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