Entrevista publicada en el número de octubre de 1999 de la revista Marie Claire

Se disculpa con una sonrisa por hacerme esperar, aunque soy yo quien ha llegado antes de la hora acordada. Después me acompaña a un pequeño despacho lleno de cajas de cartón que, a tenor de los rótulos están llenas de libros y de cartuchos. Y pide disculpas de nuevo, esta vez por el desorden: "He traído aquí todo lo que tenía en la emisora y no he tenido tiempo de ordenarlo".

Ahora se ha quedado sin trabajo, tras su fulminante despido de Onda Cero, el pasado 2 de agosto, apenas iniciadas sus vacaciones, Julia Otero ha trasladado sus pertrechos a la sede de Luna Lunae, la productora que creó en 1991 y cuyo nombre remite al programa de televisión -"La Luna"- con el que alcanzó gran éxito allá por 1989. Por el pasillo nos hemos cruzado con Ramón Pellicer, ex marido de Julia, y el misterio de su presencia aquí queda pronto desvelado: como la misma Julia me explica, esta empresa produce el programa que Ramón dirige y presenta actualmente en TV3, "Entre líneas", además de otros de carácter temático para la televisión digital. Aclarado el asunto, nos sentamos, me ofrece café y, cosa no prevista en el guión, ella hace la primera pregunta: "¿Qué clase de entrevista va a ser?" Me sorprende, pero poco a poco: a Julia Otero, lucense criada en Barcelona, hija única, licenciada en filología hispánica y periodista estrella de la radio española, le gusta saber a qué atenerse tanto en lo profesional como en lo personal. Y que los demás también lo sepan. Por eso le gusta hablar clarito y bien deletreado.

Javier Gimeno, presidente de Onda Cero, ha justificado la supresión de "La radio de Julia" diciendo que no siempre ser líder se corresponde con ser rentable. Entiendo poco de números, pero estas cuentas no me cuadran. ¿Y a usted?

Cuando se intenta justificar lo injustificable ocurre lo que le ha ocurrido a Gimeno, que ha cabalgado entre la desfachatez y la mentira sin solución de continuidad.

¿Cuál cree usted que ha sido la verdadera razón de su cese?

No me gusta especular, pero es evidente que razones empresariales no hay, y que parecen tan obvias las razones por las que me han despedido que, si no son ésas, aún resulta más inexplicable. Si empresarialmente no hay ninguna, y se empeñan en decir que políticamente tampoco, entonces llegamos al absurdo.

"La radio de Julia" la convirtió en líder de audiencia con 495.000 fieles oyentes. ¿Piensa mantener su fórmula en otra cadena o se aventurará por nuevos derroteros?

Las buenas ideas que funcionaban en el programa que dirigía en Onda Cero están ahí y no voy a renunciar a ellas. Pero yo soy una profesional, y, por tanto, crearé un programa a la medida de quien me lo pida.

¿Tiene ya ofertas concretas sobre su mesa?

He tenido contactos, que iban de la solidaridad y el apoyo a la conversación profesional -tanteo de futuro-, prácticamente con todos los empresarios de la comunicación de todo el país. Pero sólo han sido conversaciones generales. El dos de agosto, los responsables de las cadenas -porque son responsables y no irresponsables- tenían sus parrillas cerradas; luego no había posibilidad real de que yo tuviera una antena y un micrófono en septiembre. Y quienes me rescindieron el contrato buscaban exactamente eso, más el efecto amortiguador que tiene el mes de agosto.

¿Cómo ha sido la reacción de sus compañeros de profesión?

Buena. Toda la gente que yo esperaba que llamase me ha llamado. Y los otros tampoco me importaban.

¿Y qué ha pasado con su equipo?

Que está en la calle. Quizá lo más doloroso sea ver cómo se desperdiga un equipo con talento que me había costado años reunir. Y tengo que decir que en estos días he contraído una deuda moral inmensa con ellos; a algunos les han ofrecido seguir en Onda Cero y no han aceptado.

¿Ha sido éste uno de los momentos más duros de su vida profesional?

Yo creo que no hay nada que sea del todo buenísimo o terrible. De esta lección del mes de agosto estoy aprendiendo también muchas cosas; las crisis bien gestionadas son el germen de la evolución.

¿Es usted una mujer positiva?

Sí, tozudamente positiva.

En su particular ranking vital, ¿qué lugar ocupa su trabajo?

No sabría colocarlo. Sé que no es el primero; nunca lo ha sido y nunca lo será. Lo primero son los afectos, las personas que quiero, el "hogar", que es una palabra muy cursi que hay que usar siempre poniéndole comillas para que no se malinterprete. Para mí es esa patria pequeñita a al que uno vuelve siempre que lo necesite, ese lugar en el que hay protección, afecto, mimo, cariño, apoyo... Eso es lo esencial. Si eso se tambalea, nada de lo otro tiene demasiado sentido.

¿Y quiénes forman parte de su "hogar"?

Ésa es una pregunta directamente privada... (pausa). Diré que están las personas suficientes como para sentirme perfectamente querida y arropada, y gente que salte que me tiene a mí para lo mismo.

¿Se fía usted más de su capacidad de análisis o de su intuición?

De las dos cosas. La intuición sola me habría engañado muchas veces, y la reflexión a secas, también. Aunque tiendo a ser racional.

Éxito y fama, ¿le gustaría que pudieran disociarse?

Sería maravilloso que el éxito en este oficio no pasara por la popularidad, porque con ella no hay libertad. Pero es como pretender hacer una tortilla sin romper huevos.

Sin embargo, usted ha trazado una línea infranqueable entre su vida profesional y personal.

Es una cuestión de tenacidad, empeño, renuncia y un punto de intransigencia.

¿Renuncia a qué?

A cualquier cosa que suponga vida social. No alimento la curiosidad, y si eso pasa por no ir a ningún estreno, por más que me apetezca, lo hago. Es un tema en el que hay que ser muy coherente; no vale el "esta vez sí", "esta vez no", "esta vez un poco"... Nadie ha fotografiado jamás el lugar en que vivo ni lo hará. La razón es que eso no es noticia, y si no lo es para mí, no lo es para nadie. Y en el caso de menores, hay que contemplar incluso la ley.

¿Se refiere a su hija Candela?

Un menor es un menor y la ley lo protege, lo dejé muy claro el día que nació y afortunadamente nadie ha quebrado la ley hasta ahora.

¿Le da miedo perder la compostura?

Depende de qué se trate. Hay cosas en las que no es que no me dé miedo perder la compostura, es que no tengo más remedio y lo haría sin planteármelo.

¿Qué le haría perderla?

Ver un objetivo delante de mi hija, por ejemplo. En ese caso, ni nada... , ni leches. No soy de las de no despeinarse, ¿eh? Por las cosas en las que creo, me cuesta poco despeinarme.

¿Es capaz de reírse de sí misma?

Todos los días, varias veces. Yo creo que tomar distancia respecto a uno mismo es un ejercicio fundamental.

Tiene usted fama de mujer directa, clara y sin pelos en la lengua. ¿Le hace justicia?

Pregúntele a Javier Gimeno, ¡ja, ja, ja! Pregúntele qué le dije el día que rescindió el contrato.

Me temo que no me lo va a decir.

Y yo tampoco lo diré públicamente, porque soy una señora.

¿Cree que la impertinencia puede llegar a ser virtud?

El que sabe decir exactamente a su interlocutor lo que quiere sin ser impertinente es un virtuoso. A los que no pueden o podemos afirmar tanto, al final no nos queda más remedio que ser impertinentes.

En una ocasión dijo usted que para funcionar necesita unas gotas de pasión. ¿Eso qué le proporciona más: felicidad o quebraderos de cabeza?

Las dos cosas, intensamente. Entre sufrir mucho y gozar mucho, o andar por la vida con moderación, elijo lo primero. Estoy dispuesta a pasarlo mal a cambio de tener momentos de pasarlo muy bien.

Lo último que pasaría de usted es que es una mujer con complejos. ¿Me equivocaría?

Ab-so-lu-ta-men-te. Los tengo todos y además desde niña, pero no me pida que se los diga porque es condición de acomplejado no confesar jamás sus complejos.

Dicen que la maternidad transforma, ¿lo ha notado usted?

Mmmmm... Me ha hecho darles a las cosas otra dimensión y ordenar jerárquicamente los elementos de la vida de forma distinta.

¿Se aprende de los hijos?

Aprendes porque descubres cosas nuevas en ti.

¿Por dónde pasa su particular camino a la felicidad?

[Duda]. Solamente se me ocurre una respuesta de abuela: que en casa haya salud. Que los míos tengan salud, que las necesidades elementales estén cubiertas y que haya afecto. En fin, aquello tan cutre de "salud, dinero y amor" que decía la canción. Si tengo salud -quizá porque la perdí largo tiempo-, siento que me quieren y tengo a quien querer, y además trabajo en lo que me gusta, no se me ocurre un escenario mejor para acercarme a la felicidad o para tocarla de vez en cuando.

Maruja Torres ha dicho que una mujer empieza a estar a gusto consigo misma el día en que se descubre durmiendo en forma de aspa en una cama de matrimonio y ya no guarda sitio para nadie. ¿Está usted de acuerdo con ella?

¡Ja, ja, ja! Yo estoy de acuerdo en casi todo lo que dice Maruja Torres, y también en esto. Yo creo que el verbo clave de esa frase es el verbo "guardar". Es decir, no hay que guardar espacio para nadie, pero no hay que vetar ese espacio. Yo creo que las mujeres de este fin de siglo hemos demostrado que podemos perfectamente estar solas sin que nada ocurra, y hemos llegado hasta aquí probablemente porque no hemos tenido otra alternativa; pero, instaladas en eso, hemos visto que no solamente no era malo ni insostenible, sino que podía incluso ser gratificante. Y creo que este camino los hombres aún no lo han hecho.

Tiene usted cuarenta años, una edad de balances. Cuénteme qué ve cuando hace repaso de su vida.

Mmmmm... Me siento una persona afortunada porque cuando pienso en lo que quería cuando era niña, lo que tengo está muy por encima de lo que yo soñaba que quería. Pienso que la mía ha sido hasta ahora una vida vivida; no sé lo que es el aburrimiento vital. Me han pasado muchas cosas muy buenas, malas, excelentes... Y creo que está bien que una vida sea así.

¿Qué imagen le devuelve el espejo del baño por la mañana?

Pues la de una señora ya de cierta edad, ¡ja, ja, ja! Ese rostro terso de los veinte años ya no está ahí.

Imagine que entrevista usted a Julia Otero. ¿Qué le preguntaría?

Mmmmm... ¡Qué difícil!

¡No me diga que se iba a quedar usted en blanco!

Es que me conozco demasiado, ¡ja, ja, ja! No sé, lo que se me ocurre es muy inmediato: ¿Va usted a consentir convertirse en víctima? ¿Le va esto del martirologio?

¿Y la respuesta sería... ?

No me había dicho que luego tendría que tendría que responderla.

Era la sorpresa del día...

Pues la respuesta sería: No, el papel de víctima no me gusta.


LAS CLAVES DE JULIA

¿A qué edad se enamoró por primera vez?

A los siete u ocho años.

¿Y por última?

Eso ya me parece una indiscreción.

Una ciudad para pasear acompañada.

Barcelona y París.

¿Qué libro está leyendo ahora?

"La invención de Caín", de Félix de Azúa.

Me invita a cenar a su casa y usted cocina, ¿cuál sería el menú?

Filete de ternera con crema de castañas al brandy.

¿Sabe cuántos pares de zapatos tiene?

Debo tener unos diez en total.

¿Dónde se compra usted la ropa?

En Donna Karan, Max Mara y, alguna vez, Armani.

¿Qué coche conduce?

Un BMW.

Una manía.

Cerrar: puertas, cajones, cajas, líneas... No me gustan las rendijas.

Es hija de músico, ¿toca algún instrumento?

Lamentablemente, no.

¿Cómo reacciona cuando se enfada mucho?

Con cierta violencia. Soy una mujer bastante excesiva y muy apasionada.

¿Sabe recoger velas?

Sí, e intento saber cuando tengo que pedir perdón.

¿Dónde empezará usted el año 2000?

No tengo ni idea. A mí me da igual que sea el 2000, el 1996 o el 2005.


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